El día de navidad se levantó soleado, hermoso, con un majestuoso sol de invierno de esos que calentaba la piel, sin obligar a buscar cualquier refugio a la sombra. Era una sensación agradable sentirse acariciado, calentado, reconfortado. Resultaba raro que, en pleno diciembre, saliese un día de navidad primaveral, que hiciera olvidar los rigores del invierno que llevábamos sufriendo ya por espacio de unos cuantos días. Era una de esas sorpresas que nos suele reservar el cada vez más díscolo clima, cambiante e imprevisible hasta extremos cada vez más insospechados.
Curiosamente, a medida que iba transcurriendo la jornada, el aspecto del cielo fue cambiando, abandonando el azul celeste (como no podía ser de otra manera) para ir dejando paso a unos nubarrones cada vez más grises, que dieron por finalizada la efímera primavera, para comenzar a mostrar lo que algunos poetas han dado en denominar “las lágrimas de los dioses” o, lo que es lo mismo, una impenitente lluvia, que hacía olvidar el acto de sedición que había llevado el sol a cabo durante toda la mañana. Todo volvía a encauzarse hacia lo que se podría calificar de normal: “diciembre, día de navidad, con frío y lluvia melancólica”.
Recuerdo que, en innumerables ocasiones, mi abuela decía sentirse muy influenciada por el tiempo, y puedo dar fe de que era totalmente cierto: en los días grises y lluviosos, su ánimo llegaba hasta límites de tristeza infinitos, para levantarse con los días soleados y apacibles de la primavera y el verano. “En otoño, con la caída de la hoja, muchos enfermos mueren: cada hoja caída, es un enfermo muerto”, solía decir con frecuencia, demostrando así la importancia que le daba al clima en su vida. A mí, por mi corta edad, me parecía curioso que algo así pudiera suceder, pero era tan real como los dolores artríticos que sufría con los cambios bruscos de tiempo. Por aquella época, en mi ánimo nunca influía el estado climatológico; hoy, muchos años después, sigue sin hacerlo. No era cuestión de edad: creo que tiene más que ver con lo influenciable de las personas. De hecho, en ese día de navidad, no solo no alteró en nada el tiempo mi estado de ánimo, sino que, con ese giro inesperado primavera-invierno dio la impresión de que fuera él quien se adecuara a mí, acompañándome en mi triste soliloquio interno, motivado por estas malditas fechas, que siempre me llenan de melancolía, de inusitada tristeza.
Hoy, mientras escribo esto, un glorioso sol entra por la ventana: Si alguna vez hubiera deseado ser influenciado por la climatología, sin duda sería hoy. Espero que alguien pueda aprovechar este clemente tiempo, y le sirva para levantar la moral en estos duros tiempos que nos ha tocado vivir. Que, sea por la causa que sea, la gente pueda olvidarse de sus problemas por un tiempo, y dejen abierta la ventana hacia la esperanza. AMÉN
2 comentarios:
¡Hola Duende!
Es cierto que los días grises y lluviosos influyen en el estado de ánimo de muchas personas (me incluyo), tornando la alegria en melancolia y cierta tristeza.
Hoy, último día del año, deseo que la luz, la alegría y la esperanza se instalen de tal forma en tu vida, que no notes ni los más duros aguaceros.
¡Felíz Año Nuevo, Duende!
Besitos,
Melior
Feliz año nuevo para ti también. Perdón por la tardanza, pero he estado unos días fuera de la red. Gracias por tu comentario y que el 2010 sea un feliz año bueno.
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