Es esta una enseñanza bastante curiosa, que me contaron hace ya mucho tiempo. La versión que me llegó fué más o menos así:
"Coje entre tus manos un folio y haz con él una bola lo más pequeña que puedas. Cuando hayas terminado, extiéndelo de nuevo y te lo encontrarás lleno de arrugas. Intenta alisarlo todo lo posible, tira de él, plánchalo si quieres. Es muy posible que si eres mañoso puedas volver a escribir en la hoja de nuevo, utilizarlo e, incluso, fotocopiar algo en él. Pero por muchos esfuerzos que le dediques, nunca volverá a estar como al principio. Lo mismo ocurre con las relaciones personales en las que haya sentimientos por en medio; da igual si es con un familiar lejano, con tus padres, tus hijos o tu pareja. Cuando dices algo que hace daño, la arruga siempre va a quedar ahí. Por eso es importante siempre pensar en lo que dices a los seres queridos, porque después de tus palabras, nunca volverá a ser lo mismo."
Hace ya demasiados años que me contaron esta enseñanza y tengo que reconocer que desde que la escuché, mi forma de actuar en la vida cambió sustancialmente. Bien es cierto que, pese ello, he cometido muchos errores, herido a personas que me quieren, y es inevitable, porque parte de la humanidad que llevamos en nuestras almas se basa en la certeza de no ser infalibles. Y de esta misma es de donde sale la esencia de esta historia: De el saber que, con toda seguridad, las arrugas van a existir. Entre ambas personas, la relación va a cambiar en mayor o menor medida, dependiendo de la capacidad de disculparse de uno y de la de perdonar del otro y de ambos va a depender que en su folio se pueda seguir escribiendo o no.
Resulta fácil, aunque doloroso, ser el agraviado, ya que en el alero del otro queda la pelota de llevar la mayor parte del peso de la reconciliación; pero convendría no olvidar que la vida es larga, las oportunidades de equivocarse muchas, y a buen seguro que los roles más pronto que tarde se verán intercambiados; así que mejor ser magnánimo en la "victoria" para recibir clemencia en la derrota.
Sentir dolor en esta vida es inevitable; pero sufrir es opción personal de cada uno. Y en las relaciones personales, sean de la índole que se quiera, al poner el corazón en el empeño aún lo es más. Por ello es quizás más importante cuidar muy mucho todo lo que se dice o hace, por contra a como solemos hacer. Normalmente, seducidos por la confianza, tratamos con menos respeto y cariño en infinidad de ocasiones a los que más queremos y, sin embargo, nos esforzamos por ser corteses, educados y dejar una grata impresión a personas que se cruzan en nuestro camino durante unos instantes y, seguramente, ni siquiera traspasarán la barrera de nuestro interior, ni llegarán siquiera a ser conocidos; y sin embargo, mimamos el folio común para quedar bien, como si un desconocido fuera más importante que los que comparten con nosotros aspectos personales de nuestra vida.
Quizás convendría recordar todo esto, y dulcificar nuestras formas de actuar con los más cercanos, para conseguir así que el mundo fuera un poco mejor cada día que el anterior. Porque si intentas cambiar tu calle, , como aparecía en esa lápida de un obispo, seguramente no lo conseguirás, si intentas cambiar tu ciudad, seguramente fracasarás; Quizás si comenzásemos por cambiarnos nosotros mismos, conseguiríamos cambiar el mundo; porque las grandes metas están compuestas de pequeñas cosas, pequeñas batallas, muchas derrotas y pocas victorias; pero es nuestra responsabilidad hacer nuestra existencia y la de los que nos rodean, un poco más fácil y feliz. Y todo eso que parece tan complicado, solo depende de nuestra forma de actuar en las pequeñas cosas.
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