Quizás sea este el más complejo de los tres escritos por lo diferente que es de sus dos antecesores. De hecho, esta enseñanza no nace de ninguna historia, está totalmente vigente en mi vida y, además, se añadió a mi breve acervo hace apenas unos meses. En este caso, una amiga, cuyo nombre no viene al caso, me dijo una frase que se me quedó grabada: "no importa que te caigas cien veces; importa que te levantes ciento una".
Yo, que soy como los luchadores de breve carrera por no saber rendirse, la asimilé rápidamente por adaptarse perfectamente a mi forma de ser y de ver la vida. Por aquel entonces estaba saliendo de una relación tortuosa y conciliaba el sueño bastante tarde, lo que propició que comenzase a darle vueltas a la dichosa frasecilla y me dí cuenta de que efectivamente, había algo que estaba mal en mi vida, que no funcionaba: los problemas iban viniendo y se iban salvando, pero me dejaban un poso amargo que me impedían ser feliz, preocupado siempre por el siguiente problema, por la siguiente caída, por el inminente tropezón. Y así iba pasando el tiempo sin que lograra ser ni siquiera una caricatura del hombre que había sido solo unos meses atrás. Estaba claro que necesitaba darle un giro a mi cosmovisión y reinventarme; era eso o morir en el intento dentro de un pozo negro de amargura. Y así fui dándole vueltas, elaborando una teoría que poco a poco fue haciéndose realidad a base de esfuerzo por ver el lado bueno de las cosas, de pelear contra mis molinos de viento en un intento de alejar pensamientos que pudieran llevarme al desánimo; poniéndole una sonrisa a los peores momentos y teniendo presente en todo momento que el dolor es algo inevitable, pero que el no anclarse a un estado permanente de tristeza sí es factible y que, para ello, solo hay que ir soltando lastre lo más rápido que se pueda para llegar cuanto antes al estado de tranquilidad. Y fue así como surgió el germen de lo que yo hoy denomino "siempre 101", y que poco a poco se ha ido convirtiendo en una forma de vivir, en una teoría humanística creada a mi justa medida, para lograr poder disfrutar del presente, sin que las huellas del pasado ni las amenazas del futuro pudieran hipotecarlo.
Y es que la frase entera resultaba demasiado larga, demasiado complicada de recordar, y vi necesario acortarla, extrayendo lo esencial de tan noble sentencia, para que de un plumazo pudiera verse el corazón y el motor de mi recién adquirida filosofía de vida. Esa fue la parte más fácil de todo el proceso, sin duda. Estaba claro que lo importante era levantarse una vez más de las caídas, siendo estas cien y, además, que había que hacerlo siempre. Fue más que evidente, no cabe duda.
Faltaban ya solamente las premisas que acompañasen tan extraño silogismo, vital y positivo. Como el mismo, debían compartir esos dos dones, transmitir la misma energía y seguridad. Y de nuevo emplear alguna que otra noche (ella siempre ha sido mi amiga y aliada) en apuntalar mi nueva forma de ver el mundo. Al fin, varias surgieron, otras llegaron y otras simplemente estaban, pero no había reparado en ellas. La primera de ellas surgió de una película que adoro, "Nothing Hill", que me hizo llegar a una conclusión: "No importa cómo estés en cada momento, porque ese instante no es el definitivo, si no un peldaño hacia tu meta". Otro, no menos importante, el saber que al finalizar el día es absurdo continuar rumiando el problema una y otra vez, ya que "lo que podías o lo has hecho ya o no vas a tener posibilidad hasta el día siguiente"; así que en esos instantes de intimidad, lo mejor que se puede hacer ya es disfrutarlos y dedicárselos a quien te acompaña y sufre contigo (incluído tú mismo). Este descanso que se le da a la mente propicia que al día siguiente, cuando se retome si es necesario, se haga con una mayor claridad y eficiencia. Y así hasta construir un decálogo en el que uno destaca por encima de todos ellos: "Siempre hay que levantarse y continuar. Nunca hay que rendirse".
Todo esto que puede parecer fácilmente desmontable (y seguramente lo sea), puede significar la diferencia entre "disfrutar de lo que se tiene o llorar por lo que se pierde". No es algo que constituya la quintaesencia, ni el non plus ultra, pero sí que es una cosmovisión que me he forjado para conseguir disfrutar de algo que nunca se tiene, jamás se recupera cuando se malgasta y nunca va a frenar para esperar a que te levantes: el tiempo. Creo que cada cual puede hacerse su propio "Siempre 101" y tratar de ser cada día un poco más feliz que el anterior; porque ya bastante golpes nos tiene guardado el camino como para que nosotros nos inflijamos alguno más con el látigo de la tristeza. Es necesario disfrutar de algo bello, corto y efímero que se nos ha brindado y que posiblemente nunca se vuelva a poseer: la vida. Porque un claro de luna, un beso robado o una mirada tierna son siempre más hermosos que cualquier problema que sufras, cualquier puerta que se te cierre, cualquier revés que se te presente, no te quedes paralizado, mirando fijamente a los ojos de tu tristeza y comienza a nadar hacia la orilla de tu felicidad. Aunque no lo creas, es posible.
SIEMPRE 101
DUENDE SATÍRICO
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