Tenemos
la creencia de que pasan muchas cosas que antes no pasaban, que el mundo se ha
vuelto loco, que ahora todos estamos desquiciados, y resulta erróneo pensar
algo así. Siempre he tenido la creencia de que el idioma es el mejor adn que se
puede estudiar a la hora de aprender cosas del pasado. Es el referente más
claro de la existencia de todas las cosas.
Como ejemplo ilustrativo, podríamos poner una palabra como incesto. Esa
no es ni mucho menos una palabra moderna, ya que tiene su correspondiente antecesora
latina, lo cual nos puede dar una idea bastante aproximada del tiempo en el que
se comenzaron o, al menos, ya se realizaban estas prácticas de dudosa
moralidad. Es de suponer que muchos penséis que ahora es cuando se realizan
este y otros actos más o menos punibles, pero lo cierto es que son tan antiguos
como la humanidad, de ahí que ya existieran palabras para designarlos. La diferencia principal es solamente, que tenemos constancia de ello.
Nos
hallamos en una época en la que la información nos bombardea por todas partes,
inundando nuestras retinas y oídos desde radio, televisión, internet, etc… Ahora sabemos al minuto si un monzón ha provocado
un centenar de muertos en Bali, o si un hombre se ha armado con un rifle y ha ocasionado una masacre en
Finlandia; pero también si hay una exposición en Londres, un hallazgo
arqueológico en el Machu-Pichu y así podría continuar con cientos de ejemplos,
hasta conseguir saturar nuevamente vuestras retinas. Hace un tiempo, se decía
que la información era poder, pero solo era por que era exclusiva de unos
cuantos que, normalmente eran los más poderosos y, merced a sus contactos,
podían seguir siéndolo aún más. De ahí esa creencia que hoy, como otras muchas,
han quedado ya en el olvido y devaluadas.
Porque
sin duda, hoy la información ya no es poder. Cuando hay una moneda antigua
única, su valor es incalculable; pero si de repente aparecen doscientas
cincuenta mil en una nueva excavación arqueológica, su valor disminuye a cero.
Y eso es precisamente lo que ha pasado con la información: todo el mundo tiene
en sus manos un altavoz que da al mundo, y comparte con rapidez asombrosa su
descubrimiento, poniéndolo así a disposición del mundo entero. Y esto, que
podría ser algo maravilloso, se está convirtiendo en algo pernicioso. Disponer
de demasiada información, hace que se caigan mitos, que se derriben férreas ideas,
provocando así no una sensación de poder, si no de dolor. Es una lástima que la
socialización e la información esté matando a su vez las ganas de informarse,
de saber de mucha gente, entre la que me cuento.
Creo
que va siendo hora de ir volviendo de forma controlada al estadio que siempre
se ha denominado “la felicidad del ignorante”,
a disfrutar del no saber algo que nos pueda dañar. Hay quien pensará que
no es más que una forma de cobardía, pero el protegerse de cosas que nos creen
dolor, es más que una obligación, es puro instinto de supervivencia.
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