La frase del día

El hombre puede vivir unos cuarenta días sin comida, unos tres días sin agua, unos ocho minutos sin aire, pero sólo un segundo sin esperanza.” — CHARLES DARWIN

domingo, 30 de noviembre de 2008

GANIVET Y EL MUNDO DE HOY

Ángel Ganivet (Granada 1865-Riga 1898), es ante todo un desconocido para gran parte del público; pero, pese a su corta existencia, pasó a la historia como un gran ensayista y, sobre todo, como uno de los precursores de la gloriosa generación del 98. Pesimista, español y senequista, supo plasmar como pocos los problemas de la España que le tocó vivir y que, pese a la lejanía en el tiempo, no dista demasiado de la actual.
Recuerdo que cuando leí su Idearium español, me causó una fuerte conmoción, debido a las muchas respuestas sobre mí que encontré en aquel escrito que intentaba relatar la esencia de los males que asolaban su patria. Ese libro se unió de inmediato a mi particular lista de aquellos de los que esperaba poco y me dieron todo (como me sucedió con La voluntad o con La escritura o la vida por citar dos ejemplos). Hubo en especial una parte que me encandiló, en la que se relataba una leyenda escandinava que relataba la historia de un hombre que iba por el ártico en un trineo tirado por perros, acompañado por sus ocho hijos. En un tramo en concreto, una jauría de lobos comenzó a perseguir a la familia con la amenazante intención de devorarlos. Viendo que las bestias estaban cada vez más cerca, el hombre comenzó a tirar un cargamento de pieles para aligerar el trineo; siendo esto insuficiente comenzó a arrojar la comida; pero los animales continuaban acercándose, con lágrimas en los ojos, cogió a su hijo pequeño y, tras darle un beso, lo arrojó a los lobos, salvando así a los otros siete. Concluía Ganivet el párrafo sentenciando que las reformas en España debían acometerse aunque ello significara echar a los lobos a un millón de españoles, lo que refleja fielmente la firmeza de carácter que poseía el escritor.
En todo esto me hizo pensar una noticia que, en cuanto la vi en las noticias, supe al instante que me inspiraría algún escrito, aunque para ser capaz de analizarla con asepsia total me fuera necesario un tiempo (que ha resultado ser un mes y medio aproximadamente); y es que la historia resulta cuanto menos turbadora, sobre todo porque es real. Paso a contarles, y juzguen ustedes mismos.
Durante las últimas inundaciones que azotaron España, en un pueblo de Castellón (no recuerdo la localización exacta), un coche fue arrastrado por la lluvia con una mujer y sus tres hijos dentro. Llegó el momento en que era necesario salir del coche y, cogiendo a sus tres hijos (el más pequeño, aún un bebé, en carricoche) intentó abrirse paso atravesando el improvisado rio en que se había convertido la calle. Cuando se hallaba a mitad de camino, viendo que sería imposible llegar al otro lado con tanto peso, cogió a su pequeño y, tras darle un beso, lo soltó y continuó adelante con sus dos hijos mayores. El bebé fue encontrado al día siguiente, muerto, a novecientos metroos de donde su madre lo había soltado. Una historia que, sin duda, no puede por menos que poner los pelos de punta. Resulta aterrador el paralelismo entre esta noticia y aquella leyenda escandinava a la que antes hice referencia.
Ahora mismo, si alguien me preguntara por lo que yo haría, mantendría cuanto menos una duda razonable ante una situación en la que nunca es posible otra cosa que perder. No puedo por menos que mostrar mi admiración por la determinación y la firmeza de carácter que mostró la mujer, independientemente de que comparta su decisión o nó: espero no saber jamás si yo tendría el mismo valor ante una situación análoga. Lo que si que no puedo permitirme es criticar una amarga resolución que ha salvado tres vidas a costa de dos: una la del pequeño lactante; otra, la de su madre, que ya se va a ver marcada de por vida, que jamás creo que vuelva a sonreír de la misma manera en que lo hacía antes, con el corazón roto entre lo que fue y lo que podía haber sido. A veces la vida es una puta que obliga a tomar resoluciones de difícil comprensión para los que jamás se han visto ante semejante situación. Hoy recuerdo la pequeña caja blanca, y no puedo reprimir una lágrima por él: Dios no es justo a veces; nadie debería tener que tomar jamás tamaña decisión.

lunes, 17 de noviembre de 2008

METAFÍSICA

Hay días como los de hoy en los que uno no debiera haberse levantado. No es que me haya sucedido nada en particular que haya inclinado la balanza de las penas hacia ningún sitio; pero lo cierto es que me he sentido raro, triste, con un sentimiento amargo ante la vida que me ha acompañado hasta altas horas de la madrugada, en la que me he reencontrado con el folio virtual en blanco y con unas ganas locas de escribir algo, aunque no fueran más que divagaciones de un hombre de la calle, que sacia sus deseos de hablar de tristezas sin amargar por ello a nadie. Ha sido, en definitiva, una jornada de esas que yo suelo denominar eufemísticamente metafísica, nombre que sin duda le viene al pelo, ya que me dedico a pensar más que nunca en la naturaleza humana, en sus actos cotidianos, en las motivaciones que las propician, y casi nunca suelo llegar a ninguna conclusión porque, como dice la campaña de una bebida energética: “el hombre es extraordinario”.
En estos largos momentos de reflexión, mi mente comienza a tejer las redes más insospechadas, eludiendo los problemas personales y logrando alcanzar la paz solo bajo el signo de la exorcización de mis sentimientos a través de un folio en blanco, que es hasta el momento el amigo más fiel que me haya encontrado.
Es cierto que en demasiadas ocasiones no he podido navegar por este océano blanco; igual de acertado es decir que si no lo he hecho es porque me han faltado las fuerzas. Esta leve divagación he tardado cerca de tres semanas en escribirla, no por elaboración, ni por buscar una calidad que de antemano no le concedo, si no porque me ha faltado el valor para enfrentarme a esa realidad cotidiana que, en algunas ocasiones, se me hace insostenible, y me sumerge en un estado que Azorín explicó larga y concienzudamente en “La voluntad”, una de las mejores no-novelas que yo haya leido jamás, y que no es otra que la abulia.
Perdón por tardar tanto en regresar; perdón por regresar con un intemporal que tiene un nada de calidad y un mucho de sentimiento amargo.

Y no es verdad dolor, yo te conozco,
tú eres nostalgia de la vida buena
y soledad de corazón sombrío
de barco sin naufragio y sin estrella.
Como perro olvidado que no tiene
huella ni olfato y yerra por los caminos
[ sin camino
Como el niño, que en la noche de una fiesta
[se pierde entre el gentio
y el aire polvoriento, las candelas cimbreantes
atónito asombra su corazón de música y de pena.
Así voy yo, borracho melancólico, guitarrista
[lunático, poeta
y pobre hombre en sueños
siempre buscando a Dios entre la niebla.
ANTONIO MACHADO