La frase del día

El hombre puede vivir unos cuarenta días sin comida, unos tres días sin agua, unos ocho minutos sin aire, pero sólo un segundo sin esperanza.” — CHARLES DARWIN

domingo, 19 de julio de 2009

REENCUENTRO CON LA LUNA



Recuerdo que en mis muchas noches de adolescente, época de bisoñez y ternura, donde cada sentimiento era vivido como si fuera el último, me encantaba mirar la luna, y que ella me mirara. En mis ensoñaciones, la imaginaba como una dama que nos observaba, penetraba en nosotros para ver nuestros sentimientos y desnudarnos el alma ante ella, para después acariciarnos, recorriendo cada palmo de la piel, para besar nuestro dolor, para golpear nuestras alegrías; para, en definitiva, entregarse a nosotros con dulzura, haciéndonos pagar después un precio muy alto por sus atenciones. Una leyenda muy antigua, que encontré por casualidad en un viejo libro de la biblioteca, describía a Selene como una diosa hermosa, vestida con un velo blanco transparente, que escuchaba a los enamorados, atendiéndoles en sus peticiones por un tiempo, para después cobrarse la vida del amante por los servicios prestados, si este le gustaba, o la de ella si consideraba al hombre indigno de compartir su lecho, para conseguir así que sufriera por el simple hecho de no ser bien visto. Atraído por la crueldad de la leyenda, me pasé buena parte de la adolescencia mirando las noches de luna llena (que se supone que era cuando hacía su macabra elección) hacia el cielo, esperando ser el elegido la mayor parte de las veces, preso de la angustia propia de los tortuosos sentimientos adolescentes que, muy frecuentemente, me asaltaban, preso como era de un romanticismo que, a día de hoy, sigue acompañándome, tintado por los matices y los colores de las experiencias vividas.


Ahora que han pasado ya unas pocas décadas desde que todos aquellos pensamientos me ocuparan, miro hacia mis viejas creencias de “la fábrica de suenos rotos”, y me pregunto si aquella tortuosidad era fruto de mis vivencias o, tan solo, de mi difícil personalidad, de mi complejo mundo interior. Quizás el encontrarme ahora, más viejo, más cansado, mas vivido, con algunas similitudes me hace pensar que todo ello fuera producto de esto último, que nunca he sabido adaptarme a mis sentimientos, que he sido el rebelde sin causa en mi propio mundo interior, el disconforme, el incómodo inquilino de una habitación que no era tan inconfortable como quería creer.


Y ayer, solitaria y altiva, la luna se dio de nuevo cuenta de mi presencia. Poco a poco fue acariciándome con sus rayos, recorriendo mi cuerpo y recordando a aquel adolescente que pasaba tantos y tantos momentos, mirándola y amando en silencio; reconoció sin duda al viejo vate loco que otrora le dedicara sus mejores versos, sus mejores palabras, sus mejores lágrimas, más esta vez convertido en un hombre, en una versión envejecida de aquel joven, incapaz de articular palabra, recordando aquellos fugaces momentos que compartieron, instantes en los que él fue suyo y ella... del cielo. Supo reconocer en mi mirada la misma pena de otros tiempos. Compadeciéndose en una de las raras ocasiones en que lo hace; me dejó llorar en su hombro, me acaricio el rostro, y me dijo aquellas dolorosas palabras que reconfortan aunque sacuden el alma y te obligan a desesperar por el dolor y la rabia: “Sentirás que nada tiene valor, que todo te sobrepasa. No sabrás ver las injusticias que has cometido, mas sentirás las sufridas en carne propia, y las consecuencias de ambas. Serás de nuevo ese ser vulnerable al que perdonar la vida por compasión. Experimentarás tus pérdidas y las de todos aquellos a los que has hecho perder algo, sin que puedas hacer nada por evitarlo. Ahora, delante tuyo, solo quedan pasajes de dolor y lágrimas. Pero, si consigues salir del valle, entonces quizás puedas ser feliz. No olvides dentro a nadie, y descansarás. Perdona y serás perdonado, ama y serás amado; llora con otras lágrimas, no con las propias, para que tu alma encuentre descanso. Cuando hayas hecho todo eso, regresa a mí y sabré darte una muerte digna de un héroe.”


Supongo que aunque pase el tiempo, aunque nos modifique en algo la vida, la esencia permanece, como marca indeleble de lo que es en realidad tu alma. Los que hemos nacido para la tristeza, tenemos el simple cometido de servir de oscura referencia para todos aquellos nacidos para la alegría; no podemos soñar por ver el sol, por escaparnos de un papel que se nos ha dado en el gran teatro del mundo. Huir es imposible: las cadenas están dentro de nosotros, y romperlas solo nos puede conducir a la humillación, la soledad y la muerte.


Perdón por la tardanza en escribir algo, pero hay momentos en los que comprender ciertas cosas, puede ser pernicioso. Escribir para mí es encontrar el porqué de las cosas, y no siempre se tiene la fortaleza como para escuchar las verdades del alma.