La frase del día

El hombre puede vivir unos cuarenta días sin comida, unos tres días sin agua, unos ocho minutos sin aire, pero sólo un segundo sin esperanza.” — CHARLES DARWIN

viernes, 15 de julio de 2011

S.G.A.E: PIO, PIO, QUE YO NO HE “SIO”




Aunque me dé cierto apuro reconocerlo, este es un escrito que llevaba tiempo con ganas de hacer y que, además, sabía de antemano que alguna vez iba a ser hecho. No es que me haya embarcado en las ingentes filas de la pitonisa Lola, ni que sea un sacaduros más de esos que pueblan nuestros televisores en las madrugadas, pero no hace falta ser oráculo de Delfos para comprender que el dinero fácil lleva a corrupción segura; sobre todo cuando se ejerce un escaso o nulo control sobre él. La naturaleza humana es así, y no resulta complicado entrever que donde hay enormes cantidades de peculio, pronto van a surgir aves de rapiña que van a hacer el agosto a costa de los de siempre: de los curritos pagadores que antes que un lío prefieren dar lo que se les pide a cambio de una relativa tranquilidad. Una vez leído lo anteriormente escrito, no me queda otra que aceptar que me produce cierta satisfacción la idea de ver al tipo de la gabardina que esperaba agazapado tras las toalla para grabarme mientras cantaba en la ducha para pasarme después la minuta en concepto de canon; el mismo que se colaba en las bodas, bautizos y comuniones para denunciar a los contrayentes; ese que me obligaba a pagar un impuesto por si cometía un delito de piratería al comprar un ordenador, un mp3, una regrabadora dvd, un televisor, un vídeo, un teléfono celular, un cd o un dvd, un pen drive o, simplemente, un equipo de música, para tener después que volver a pagar cuando compraba mi disco o realizaba una descarga legal, sin tener en cuenta si el uso que le iba a dar era fraudulento o no, obviando así la parte más importante del derecho penal: la intención. Baste para ilustrar esto el ejemplo siguiente: vamos caminando por la calle y, al doblar la esquina, nos encontramos una cartera repleta de dinero. El viandante que viene detrás, se identifica y nos da rastros inequívocos de que dicha cartera es suya y, acto seguido, se la devolvemos. Como es lógico, el código penal nos exonera de cualquier responsabilidad ya que, aunque obra un nuestro poder una cartera con un dinero que no es nuestro, no hemos tenido la intención de robarla: simplemente nos la hemos encontrado. Esto, que resulta evidente para cualquiera, no se da con la famosa y manida S.G.A.E: antes de poder preguntarnos para qué vamos a usar el soporte digital adquirido, ya nos gravan con un impuesto por si somos chicos malos; y eso es así:“dura lex, sed lex” ( “la ley es dura, pero es la ley” ). Así que no creo justo que se me pida que no observe con cierto regocijo todo lo sucedido con esta entidad de cobro, que ha estado actuando presuntamente de un modo fraudulento y desvergonzado, engañándonos a los usuarios y a los autores por partes iguales porque, no es justo obviar que estos últimos son los principales damnificados.


Y en esto estaba cuando llegó la comparecencia voluntaria de la principal responsable del Ministerio de Cultura, Ángeles González-Sinde, y para rizar aún más el rizo, comienza a entonar aquella cancioncilla infantil que más de uno hemos cantado en nuestra infancia: “Pío, pío que yo no he sío” y el asunto, si no fuese tan serio, tomaría ya un cariz caricaturesco propio del mejor folletín esperpéntico: ¡ay lo que hubiera sido capaz de escribir don Carlos Arniches con esto!, pensé de inmediato. Y es que no podía uno por menos que sonrojarse por la vergüenza ajena. Eso de echar la culpa a la resolución del 1997 que ejecutó la Ministra de Cultura de aquel momento (Esperanza Aguirre) y a las comunidades autónomas por no ejercer el control adecuado, ya sonaba a burla y a insulto a la inteligencia común de todos los españoles. En aquel año, se aprobó que las entidades de cobro pudieran formar empresas privadas para sus gestiones, lo que realmente constituye un craso error que nos ha llevado a la actual situación, esto resulta innegable. También es cierto que existe un fallo del tribunal supremo merced al cual las competencias en dos comunidades (no a todas como afirmó la ministra) en concreto debían ser traspasadas; pero no es menos cierto que dichas competencias jamás fueron hechas efectivas, con lo cual cualquier atisbo de culpabilidad queda disuelto en la arena de los tiempos, que ha cubierto lo que debía haber sido y no fue. En cuanto a lo del famoso fallo del año 1997, resulta vergonzante que tras dos legislaturas y tres ministros diferentes, nadie haya abordado este error de bulto lo cual, al menos a mi entender, les da la responsabilidad a los actuales miembros de dicho ministerio bien por inacción o bien por omisión: creo que esto es de lógica y que no se le puede escapar a nadie.

Por si esto no fuera suficiente, el artículo 159 en su punto primero obliga al Ministerio de Cultura a llevar el control de dichas actividades económicas. Todo esto se refrenda además en el apartado 11 de la Ley de propiedad intelectual que se expresa en los mismos términos, con lo cual creo que todo queda más que dicho, demostrado y, lo que es peor, deja en entredicho la actuación de la actual portadora de tan importante cartera. Todo esto me lleva a una dura reflexión que se ha convertido en vox populi: “Estos nos han tomado por tontos”. Provoca sarpullidos recordar ahora a González-Sinde en comparecencia púbica junto al presidente de la S.G.A.E mostrando las cuentas realizadas por auditoras independientes en las que todo cuadraba. Tengo la impresión de que no solo no cuadraba si no que además era una tomadura de pelo al conjunto de la sociedad por parte de la cúpula dirigente de la organización ¿SIN ÁNIMO? de lucro (pero que sin embargo contaba con cuantioso y cada vez más ingente patrimonio). Espero que por fin se pueda resolver todo esto y que, al menos en algo tan delicado y tan universal como es la cultura, pueda regir al final la equidad, la transparencia y la honradez: creo que nos lo merecemos todos.

martes, 5 de julio de 2011

PROCESOS MENTALES

Tengo que admitir, además sin mucho esfuerzo, que en muchas cosas debo definirme como alguien, cuanto menos, peculiar. Son muchas las veces en las que me sorprendo con algún tipo de pensamiento que se podría calificar de trasnochado, no por su contenido caduco, si no por la forma en que elaboro y llego a tales conclusiones. Y es que mis procesos mentales son bastante difíciles de entender, aunque sean explicados. Su naturaleza es simple, nada intrincada, pero la consecución suele ser sorpresiva, por dilatarse tanto en el tiempo que, en la mayor parte de los casos, para cuando llegan al fin a puerto han transcurrido en el mejor de los casos algunas horas; en la mayoría de ellos unos cuantos días. Así que cuando tengo a alguien lo suficientemente cerca como para escucharme pensar en voz alta (otra de mis delirantes costumbres), tengo que asistir al gesto asombrado del pobre receptor. Tras dar las preceptivas explicaciones que, sean o no pedidas, son cuanto menos necesarias para evitar que me coloquen esa camisa de fuerza que (sic) sin duda tantas veces merezco. Lo más frecuente es que me espeten a modo de pregunta retórica un “¿ Y ahora a qué viene eso ?”, o a su hermano gemelo: “¿ Y ahora te acuerdas de eso ?”, a lo que tengo que responder con un encogimiento de hombros que a fuerza de pura reiteración me sale ya automático, acompañándolo de un pequeño atisbo de contrasentido que, como le sucede al escorpión, solo se puede entender como uno de las excentricidades que adornan mi persona: “es mi naturaleza”, que diría el pobre bicho.


Explico todo esto porque fue algo que me sucedió hace un par de días, mientras mantenía una conversación con alguien, acerca de una cita en latín que había podido leer en el asiento de una motocicleta y que, por los motivos que arriba he expuesto, volvió a dejar perpleja a mi receptora. Y no hubiera dejado de ser una de las tantas si no hubiese servido de mecha o, si se prefiere, de hilo conductor a la segunda parte de la conversación (otra más de las brillantes agudezas que tiene a bien regalarme tantas y tantas veces, y que me está sirviendo de tan importante guía en estos tiempos oscuros: no dispondría con dos vidas más que tuviera del tiempo necesario para agradecérselo). Tras el inevitable encogimiento de hombros, me espetó una queja plausible y lógica, en la que yo no había caído, pero que podría resultar más que generalizada y, por el respeto que me merecéis todos aquellos que formaís parte de ese cincuenta por ciento de este pequeño trozo de mi alma que voy desgranando renglón a renglón (y pensando sobre todo, si me permitís la leve discriminación, en mi querido heraldo, capaz de decirme las cosas que necesito y no solo las que me gustaría escuchar), no quiero dejar sin aclarar.


Sé que la frecuencia con la que he insertado algún escrito en estos últimos tiempos no ha sido ni siquiera aceptable, no me duelen prendas en admitirlo: algo contrario sería de una desfachatez inusitada. En mi descargo, tengo que alegar que estos no han sido los mejores momentos de mi vida, que salvo en la faceta afectiva (en todas sus vertientes), está atravesando un valle sombrío del que poco a poco estoy comenzando a salir. En estas circunstancias, poco o nada recomendable para mi salud sería el haber escrito; tal y como le pasase en su día a Semprún (salvando las diferencias con el maestro), he vivido un periodo en el que he tenido que decidir entre la escritura o la vida. Él, durante más de veinte años, tuvo que reprimir el ansia de escribir, como medida de protección para no perder la razón, tras su salida del campo de concentración de Buchenwald.


Hay muchos escritores (y algunos escribidores entre los que me cuento), que son incapaces de separar lo personal de lo escrito; por contra, se utiliza la pluma para la comprensión, la reflexión o el exorcismo de fantasmas. Es este un ejercicio altamente gratificante, pero en extremo doloroso. Cuesta mucho escribir sobre algo doloroso, sobre todo cuando se deben observar con sumo cuidado cada arista, cada vértice y cada vórtice, cada lado y cada uno de los pequeños matices que suelen comprender las complejas realidades. Así, escribir se convierte en algo inaudito que, en ese momento, solo puede conducir a la senda del dolor, alejado de cualquier atisbo de solaz.


Por eso de mi prolongado silencio, que solo fui capaz de romper con unas reflexiones que me parecieron graciosas, y que por un momento me provocaron la sonrisa. Siendo cierto que, mirándolo con detenimiento, las leyes inexorables rompen un tanto la estética y el tono general del blog, me parecieron una forma graciosa de romper una tendencia oscura. Espero que nadie haya unido mi ausencia con la insustancialidad de las leyes... para pensar que ha dejado de ser importante para mí este pequeño pedazo de alma que comparto con quien tenga a bien perder en el unos instantes. Merced a mi heraldo, todo se ha curado y mi ánima se ha restablecido por completo. Nunca podré agradecerte todo lo que has hecho por mí, porque es tanto y tan continuo que necesitaría mucho más de lo que te puedo ofrecer.


Gracias por seguir ahí, visitando mi blog.