La frase del día

El hombre puede vivir unos cuarenta días sin comida, unos tres días sin agua, unos ocho minutos sin aire, pero sólo un segundo sin esperanza.” — CHARLES DARWIN

viernes, 28 de agosto de 2009

LA DUDA ANTE CARONTE

No me cabe la menor duda, aunque suene a perogrullada, que la vida es harto complicada, dura y... satisfactoria. Nuestra existencia se puede ver marcada por hechos más o menos terribles, pero siempre da la oportunidad de enderezar un rumbo errático. Aunque haya ocasiones en que nos haya golpeado tan duro que no tengamos fuerzas para reconducirla, esa ocasión siempre se nos suele dar, disfrazada en muchas ocasiones para que nos cueste reconocerla, para que no sea tan sencillo elegir. Por algún motivo que se escapa a mi entendimiento, el Hacedor, el destino, las Moiras o quién quiera que sea la deidad que rige nuestra andadura desea que la existencia sea un camino lleno de intersecciones con el horizonte oculto tras una impenetrable niebla que nos impida tener certidumbre, ante las que nos debemos parar para tomar la dirección correcta, sin más ayuda que la brújula, mezcolanza de sentimientos, experiencias y anámnesis de índole variada, con los cantos de sirenas al fondo, confundiéndonos más si cabe. Toda esta incertidumbre es la que hace que se complique la vida, y que nos perdamos a veces entre esa niebla, con la dulce voz de las sirenas martilleando nuestros oídos, mientras proseguimos a la busca de un momento de felicidad que nos recuerde que nos lo merecemos, que somos algo más que carne de sufrimiento, que esto es más que el valle de lágrimas que nos venden las religiones, prefacio de algo mejor.


Pese a su contrapunto amargo, la vida muchas veces se empeña en ponernos pruebas, como si no estuviera segura de que merezcamos lo que nos da, para ver la pasta de la que estamos hechos. Si en la adversidad sabemos permanecer, nos suele premiar con sueños, pero nunca tan fáciles de alcanzar como para que podamos tocarlos con solo estirar el brazo: requieren un pequeño sacrificio que, una vez pagado, abre la puerta hacia el camino franco de la felicidad. Es por ello que, en infinidad de ocasiones, pensamos que la vida es cruel, y quizás sea así; pero en innumerables ocasiones, somos nosotros los que nos negamos a pagar la moneda a Caronte, y nos quedamos instalados en el limbo de la tristeza. Debemos cruzar el umbral, y dejar los miedos para más tarde. No preconicemos sin parar la melancolía: aferrémonos a los sueños. Resulta tan doloroso ver la cara del barquero como arrepentirnos de lo que queremos antes de hacerlo. Extrañamente, esta última suele ser nuestra opción más recurrente: siempre hay miles de motivos para no darle la moneda, para abandonar el sueño que nos conducirá a la felicidad: el más usado suele ser la cobardía, así que nos la guardamos en el bolsillo, mientras lloramos por nuestra infelicidad, sin querer aceptar que es nuestra la decisión de serlo, y que hemos dicho que no a la oportunidad de nuestra vida.


Y, llegados a este punto, cabe preguntarse: ¿tenemos derecho a quejarnos por las oportunidades perdidas cuando somos nosotros mismos los que las hemos desechado?. Quizás sí, pero, personalmente, prefiero quejarme de las cosas que han salido mal que de las que no me he atrevido a hacer. Quizás sea un poco reaccionario en esto, pero creo que todo el mundo tiene derecho a ser feliz, si se lo gana con la moneda del sacrificio: esa moneda tan fácil de dar, pero tan difícil de sacar de nuestros raídos bolsillos. Caronte aguarda; ¿vas a sacar la moneda o te vas a alejar del embarcadero?. Nadie más que tú elige. La solución, en tu vida.