La frase del día

El hombre puede vivir unos cuarenta días sin comida, unos tres días sin agua, unos ocho minutos sin aire, pero sólo un segundo sin esperanza.” — CHARLES DARWIN

miércoles, 27 de junio de 2012

JORGE SEMPRÚN Y LAS ANAMNESIS


                Hace pocos días, he comenzado a leer un libro al que le tenía ganas desde hace tiempo: “El largo viaje” de mi adorado Jorge Semprún. He vuelto sin proponérmelo a rencontrarme con la prosa elegante y vigorosa de uno de mis más adorados escritores, de esos a los que, cuando se vuelve, te dan la sensación de no haberte ido jamás, de haber regresado a casa. Vuelvo a ver sus pensamientos, sus cambiantes estados de ánimos, sus anamnesis (como él prefería, en lugar de simples recuerdos) y me encuentro con un calco de los míos, y siento renacer las razones por las que un día, hace ya más de dos décadas, comencé a escribir.
                Resulta chocante como descubrí hace ya doce años, a este fenomenal escritor que, como suele pasar con muchos de nuestros insignes artistas, son más reconocidos fuera que dentro de nuestras fronteras. En aquel tiempo, me llegó por recomendación de un librero amigo, el que habría de ser mi libro de cabecera durante años y mi predilecto durante toda mi existencia: “La escritura o la vida”. En él, narraba sus vivencias en el campo de exterminio de Buchenwald, mezcladas con los íntimos sentimientos que se movieron en su interior. Semprún es un escritor de los que siempre van de fuera hacia el interior: no hay vivencia externa que no le lleve a una acertada reflexión interior, lo que, unido a su prodigiosa capacidad de novelización,  convierte cualquier obra suya en un canto a la belleza literaria: en algo que sabes que vas a poder leer pero que jamás alcanzarás a escribir. Ante todo esto, no pude por menos que rendirme a los encantos de la prosa fulgurante e intimista, haciéndome disfrutar de una experiencia que aún hoy, todavía me cuenta entender. Lo insigne de este libro es que el autor lo llevó dentro de sí más de cuarenta años, sin atreverse a escribirlo: las vivencias fueron tan intensas que le asustaba enfrentarse al exorcismo y no pagar el intento con su propia vida (como le pasó a Primo Levi). Tuvo el acierto de saber cuando regresar a los viejos barracones del campo de exterminio sin morir en el intento y, lo más importante, supo exorcizar sus fantasmas y enseñarnos el camino a aquellos que morimos en cada renglón, derramando tinta por nuestras venas.
                Hoy, como me pasara hace doce años, vuelvo a recorrer los renglones del viejo maestro, a perderme en la Europa azotada por la guerra, a adentrarme en un riquísimo mundo interior en el que la norma no es otra que la excelencia de las palabras; a rodearme de recuerdos convertidos en analectas que, para los amantes de la literatura, se constituyen en verdaderos dogmas de fe. Vuelvo a ti, amado maestro, como los hijos de la mar, dejando atrás penurias y reflexiones oscuras, ara que me tomes de la mano y me acerques a la luz, manteniendo la envidia y el agradecimiento a partes iguales; envidia por tu sobrio y elegante manejo de la palabra; agradecimiento, porque sin ti, jamás hubiera sabido porqué me esforzaba en rasgar el mar blanco de papel para teñirlo con mis ideas, con esa sangre negra y espesa que brota de mi pluma. ¡Gracias mentor! Nunca podré devolver todas las enseñanzas que de ti saco, pero seguiré intentándolo : es lo menos que puedo hacer por ti.