La frase del día

El hombre puede vivir unos cuarenta días sin comida, unos tres días sin agua, unos ocho minutos sin aire, pero sólo un segundo sin esperanza.” — CHARLES DARWIN

martes, 11 de marzo de 2014

GRACIAS (ALMA DE DUENDE II)



                Vivimos en un mundo desquiciado, eso nadie puede negarlo. Nada es ya lo que parece, y la vida cambia tan rápido, que los valores, la forma de vivir que nos inculcaron y nos dieron como cierta, van quedándose desfasadas a un ritmo vertiginoso. Pero hay muchas cosas que nunca podrán cambiar, porque forman parte de nuestro interior, y hacen que nuestra cosmovisión sea de una manera determinada. Hay demasiados que no tienen la suerte de conocer muchos aspectos de la vida que hacen maravillosa la existencia; sin lugar a dudas, una de ellas es el amor. Durante toda mi vida leí en muchos libros de su existencia y pensé haberlo experimentado. Pero todo fue falso, una ilusión, un sentimiento que creía haber experimentado. Pero todo eso cambió cuando te conocí. Desde aquel momento fue cuando descubrí la verdadera dimensión del amor, y que todos aquellos poemas leídos en la juventud eran ciertos, y existía ese sentimiento bello y noble que podía elevarte al cielo (aunque suene manido, es cierto). Y por todo ello, solo puedo darte las gracias.
                Tengo que agradecerte que me dejaras un día asomarme a la intensa inmensidad de aquellos ojos de gata que me sacudieron el alma desde el primer momento en que te vi en la penumbra de aquel local, donde solo un foco iluminaba un punto, y en ese punto estabas tú, y desde aquel instante, mi corazón se quedó contigo. Gracias por las miradas furtivas de aquella noche, que vistas desde mi miedo, parecían aún más bellas, y me dieron la fuerza necesaria para sobrevivir a todo ese tiempo tan duro e incierto que estaba pasando.
                Gracias por tu sonrisa, esa que ilumina el mundo, que lo hace más bonito solo por verse iluminado por ella. El calor que siempre sintió mi alma a su abrigo fue el sentimiento más dulce y bello que pueda experimentar hombre alguno. Si me preguntasen por un lugar al que quisiera siempre volver, ese sería sin duda al calor de su regazo, del tintineo de tu risa, de la caricia de tu mirada. Morir bajo su auspicio, sería sin duda el más dulce de los sacrificios.
                Gracias por dejarme aquella visión, que un día me regalaste frente a una muralla. Recuerdo que solo pude decir: “¡Dios mío! ¡Qué bella eres!”. Y no pude articular más palabra porque estaba bebiendo cada instante, cada rayo de luz que se reflejaba en ti, para conformar un recuerdo imborrable que me diera tu imagen cada vez que quisiera recordarte. Y así es como lo hago, como aquella vez. Y esa visión es la llama que enciende la luz de mis recuerdos. Porque quiero que sea así; porque no quiero renunciar a vivir en el recuerdo, aunque ello solo me lleve a ser un desdichado duende que busca cada noche la luna, venciendo el muro de las lágrimas, para susurrarle un “buenas noches, mi amor”, aunque sepa que no lo escucha, aunque sepa que jamás se lo podrá decir de nuevo al oído. Pero es que me regalaste unos instantes tan preciosos y dulces que me resisto a dejarlos morir; y los revivo cada día, venciendo la resistencia de la razón, que me grita que no me haga más daño, que no remueva más mundos pasados condenados a ser solo eso, que no me empeñe en continuar en un universo en el que ya no está mi sitio, en el que solo se me recuerda con sabor amargo. Pero es que hasta las lágrimas ardientes y dolorosas son pasaporte hacia ese tiempo en que me regalabas aquel amor inmenso. Y pese al dolor que siento cada día, me alegra seguir enamorado de ti, porque eso me indica que no fue un sueño, que en verdad existes. Que todo aquel sentimiento  fue derramado una vez sobre mí para hacerme el hombre más feliz de la tierra. Y por todo ello, solo puedo darte las gracias. Gracias por existir y por ser bella, única y maravillosa. Lejos de cualquier rencor te guardo; lejos de cualquier dolor guardo un pétalo de tu amor, que me guardo en el alma y riego con mis lágrimas, manteniéndolo  limpio y puro, para que aquella imagen bañada de luz, siga acompañándome hasta el fin de mis días. Sé que mi último pensamiento antes de morir, será siempre para ti; y mi última palabra será tu nombre, acompañado de un “te quiero”, tan hermoso como el amor que tengo y siempre tendré por ti. Y por haberlo sabido motivar con todos los maravillosos dones que hacen de ti una mujer extraordinaria, solo puedo decirte una cosa: gracias. Tu recuerdo está guardado junto a mi amor, y ambos me acompañarán hasta el fin de mis días.

Para Maite B. S. con todo mi amor