Tenemos
la creencia de que pasan muchas cosas que antes no pasaban, que el mundo se ha
vuelto loco, que ahora todos estamos desquiciados, y resulta erróneo pensar
algo así. Siempre he tenido la creencia de que el idioma es el mejor adn que se
puede estudiar a la hora de aprender cosas del pasado. Es el referente más
claro de la existencia de todas las cosas.
Como ejemplo ilustrativo, podríamos poner una palabra como incesto. Esa
no es ni mucho menos una palabra moderna, ya que tiene su correspondiente antecesora
latina, lo cual nos puede dar una idea bastante aproximada del tiempo en el que
se comenzaron o, al menos, ya se realizaban estas prácticas de dudosa
moralidad. Es de suponer que muchos penséis que ahora es cuando se realizan
este y otros actos más o menos punibles, pero lo cierto es que son tan antiguos
como la humanidad, de ahí que ya existieran palabras para designarlos. La diferencia principal es solamente, que tenemos constancia de ello.

Porque
sin duda, hoy la información ya no es poder. Cuando hay una moneda antigua
única, su valor es incalculable; pero si de repente aparecen doscientas
cincuenta mil en una nueva excavación arqueológica, su valor disminuye a cero.
Y eso es precisamente lo que ha pasado con la información: todo el mundo tiene
en sus manos un altavoz que da al mundo, y comparte con rapidez asombrosa su
descubrimiento, poniéndolo así a disposición del mundo entero. Y esto, que
podría ser algo maravilloso, se está convirtiendo en algo pernicioso. Disponer
de demasiada información, hace que se caigan mitos, que se derriben férreas ideas,
provocando así no una sensación de poder, si no de dolor. Es una lástima que la
socialización e la información esté matando a su vez las ganas de informarse,
de saber de mucha gente, entre la que me cuento.
