La frase del día

El hombre puede vivir unos cuarenta días sin comida, unos tres días sin agua, unos ocho minutos sin aire, pero sólo un segundo sin esperanza.” — CHARLES DARWIN

martes, 23 de diciembre de 2008

ARRAIGO

La vida es en la mayor parte de los casos una niña voluble y juguetona, que gusta de dar vueltas de tuerca a los que transitamos por ella sin que podamos hacer nada por evitarlo. Creo que la definición que más s ajusta a la realidad es la que pronunció una vez John Lennon: “La vida es todo aquello que te va sucediendo mientras intentas hacer otra cosa”. Resulta bastante ajustada a la realidad ¿no les parece?. Creo que cualquiera de nosotros ha sentido algo parecido en algún momento, y esta indefensión ante tamaña injusticia hace que a veces nos sintamos tan frágiles y vulnerables que se hace demasiado cuesta arriba continuar, aunque sepamos que debemos hacerlo.
Ahora, cuando miro por la ventana, y veo la indeseada calle, de la indeseada localidad en la que vivo, pienso mucho en las palabras del beatles fallecido, y me recorre un pequeño escalofrío, viejo conocido de aquellas ocasiones en las que experimento añoranza de mi ciudad natal, y me tengo que contentar con ver alguna foto, o algún recorrido virtual de esos que ahora brotan por internet, y que solo sirven para mitigar un tanto la sensación de dolor, pero solo en un principio, porque al cabo de poco vuelve con fuerzas redobladas, para terminar de arruinarte el día, la semana, el mes...
Imagino que este tipo de sentimientos no es exclusivo de los que nos hallamos fuera de nuestra tierra, y que a los que no nos va mal debería estar casi vetado el quejarnos, ¡pero es que a veces se hace tan difícil hacer lo justo!. Aunque sé que precisamente la grandeza de este tipo de justicia radica en hacer lo debido, hay ocasiones en las que este sentido de deber que nos impone nuestra firme cosmovisión es auto destructiva, y , como en los versos del genial Louis Aragón, hace arder lo que será en el fuego de lo que fue.
El estigma del cainita se haya impreso en el alma de todos los hombres, y convive con la bondad abeliana, librando una eterna batalla en la que no hay vencedores: solo hay vencidos, y no son otros que nosotros mismos. Aprender esto forma parte de eso que denominamos genéricamente “vivir”, y no deberíamos llorar por ello, si no enseñarnos a vadearlo sin más problemas; pero cada vez estoy más convencido de que el castigo de Dios al expulsarnos del paraíso tiene los tentáculos largos y, en ocasiones, hasta afilados. Sigamos malviviendo a merced de esa vieja farsante, hasta que Atropos, Laquesis y Cloto tengan a bien cortar nuestros hilos, acabando de una vez por todas con nuestros sufrimientos.