La frase del día

El hombre puede vivir unos cuarenta días sin comida, unos tres días sin agua, unos ocho minutos sin aire, pero sólo un segundo sin esperanza.” — CHARLES DARWIN

sábado, 12 de septiembre de 2009

RETRATO ÍNTIMO


Desde que tengo uso de razón, no recuerdo un solo día en el que no haya tenido que pelear por algo que he querido. Puedo asegurar que no es una exageración, ni una de esas lagunas mentales que de vez en cuando me acometen, con la barca de la melancolía surcando sus aguas: es una pura y dura realidad. Desde bien joven, tuve que ponerme el traje de luchador y comenzar a pegar codazos para conseguir lo que a otros se les daba por derecho, por humanidad o... por que sí. Me alegra que la gente tenga oportunidades, sobre todo si las aprovechan, si saben ser conscientes de que en este mundo, nada se regala, nada se da sin más, y consiguen apreciar lo que tienen. De mi vieja agenda, con las flores secas, puedo extraer cientos de batallas ganadas y miles perdidas, y eso me da la posibilidad de mirar con orgullo mis cicatrices, sobre todo porque, como dijo el sevillano: “desdeño las romanzas/de los tenores huecos/me paro a distinguir/las voces de los ecos”. Y esas pocas marcas que se quedaron en mi cuerpo, junto con todas esas muchas que se quedaron en mi alma, me dan una perfecta cosmovisión, una vista privilegiada de mis virtudes y mis defectos, de mis aciertos y mis errores y, sobre todo, me ayudan a comprender que estas palabras que escribo no tienen validez más allá de mi frontera, que nada de lo que digo tiene que ser cierto, que solo son verdad en tanto en cuanto sean sinceras y consecuentes con mi idiosincrasia; que nada de lo que opino es verdad, ni tampoco mentira. No son sino impresiones de un alma que se desnuda cada jornada para seguir caminando por una vereda única y personal: la mía; y fuera de ella pueden resultar acertadas o no, pero eso ya se escapa de mi consideración, comprensión y competencia: no soy un escritor de sentencias, ni de axiomas irrefutables, ni de dogmas de fe: sólo soy un chico de la calle que vive su canción.


Por todo lo anterior escrito, puedo afirmar, sin temor a equivocarme que jamás he dado una batalla por perdida de antemano y que, las pocas que sabía que estaba destinado a perder, las he peleado con el mismo empeño que si fuera posible la victoria: no sé hacerlo de otra manera, es mi forma de ser y de entender la vida. Se me puede buscar entre las bajas, en la lista de los heridos, pero nunca tratéis de encontrarme entre los desertores, los cobardes o los pusilánimes, porque no me hallaréis. Soy fiel a mi ideario, a esa frase que leí el otro día en mi vieja agenda de adolescente, y que me grabé a fuego en aquellos inciertos años: “si otros pueden, ¿porqué yo no?”. Fue toda una declaración de intenciones, una preconización de la que entonces no era consciente, de mi forma de ser. No penséis por ello que desdeño las formas de ser pensar o estar diferentes a las mías, porque no es así. De todas las maneras de ser consigo sacar un florilegio, que acoplo en la medida de lo posible, en lo que vale o en lo que me puede servir, para tratar de enriquecer mi conocimiento de la metafísica: jamás desdeño una filosofía por ser contraria a la mía propia. La escucho, estudio con atención cada arista que puedo encontrar, la pulo para adocenarla con mi manera de ser, y lograr por ello escalar un peldaño dentro de eso que se suele llamar “calidad humana”.


Solo soy una mente inquieta, un eterno aprendiz vital, que no intenta adoctrinar, sino ser un ente distinto, que muestra sus pensamientos, que busca referentes entre los demás, que aprende de errores propios y aciertos ajenos. Solo una persona que trata de vivir siendo fiel a su férreo ideario, sin que pida a nadie que le conceda más que el beneficio de la duda. Intento, en definitiva, llegar a hacer mías sus palabras:


más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno