La frase del día

El hombre puede vivir unos cuarenta días sin comida, unos tres días sin agua, unos ocho minutos sin aire, pero sólo un segundo sin esperanza.” — CHARLES DARWIN

viernes, 9 de julio de 2010

VAMPIROS

En una relación, siempre hay un elemento dominante y un sujeto dominado; un vampiro que succiona la energía vital, y otro que la va dejando por el camino. Cuando esa relación acaba, sea del tipo que sea, hay algunos de esos que yo llamo "vampiros vitales", que se encuentran perdidos sin una víctima a la que dejar sin esencia vital: no son otra cosa que pobres seres acostumbrados a ser los amos del universo, que de repente despiertan y se dan cuenta de que han dejado de ser el ombligo del mundo, para convertirse en personas, sin más. El problema viene cuando no han sido capaces de aprender a ser personas; ¿qué sucede entonces?: que continúan intentando someter sin darse cuenta de que sus víctimas han dejado de estar a su alcance. Lo peor de todo esto es que no reparan en nada para proseguir con su dominación, y no quieren ver el daño que hacen a todos los que les rodean sin excepción.


Hay distintas relaciones que propician tan perniciosa simbiosis, comunes por desgracia a la vida cotidiana y, por ende, cuasi imposibles de evitar. Pero sin duda, hay dos casos que sobresalen sobre el resto por su prolijidad: las relaciones sentimentales y las laborales. En cualquier pareja, es lo frecuente que siempre haya una persona que ceda un tanto más que la otra para que los engranajes se vayan engrasando, hasta conseguir poner en marcha algo tan complicado como es la convivencia. Si todo transcurre por los cauces normales, ambos integrantes de la pareja irán alternando en mayor o menor medida dichas cesiones, logrando así un equilibrio que nunca llegue a desembocar en una situación en la que ninguna de las dos se sientan lesionadas, logrando un ecosistema cohesionado y firme, que debe dar como fruto una relación cada día más fuerte y compenetrada. Cuando uno de los dos resulta ser un vampiro, hasta las normas más elementales se rompen, y todo lo que les rodea pasa a ser un tira y afloja con un sempiterno vencedor (poseedor de la razón o no) y un vencido: un infructífero campo de batalla con las víctimas siempre del mismo lado; una concomitancia absurda y demente de trágico final. Las más exacerbadas suelen dar como fruto espurio malos tratos de palabra, psicológicos o físicos.


En cuanto al segundo caso, en el trabajo se dan las condiciones apropiadas para el crecimiento de esta flor de dolor: muchas horas de convivencia forzada con gente con la que, de no mediar la motivación pecuniaria, jamás entraríamos en contacto con ella. El estrés es otro de los abonos fundamentales, al que hay que unir la preponderancia de los que ocupan un puesto de importancia sobre otros y que, cegados por una falsa sensación de egolatría, suelen imponer su punto de vista por Real Decreto, sin que les importe si les asiste la fuerza de la razón o si por el contrario están imponiendo la razón por la fuerza, promoviendo por reiteración, un sentimiento de rebeldía en el subyugado, que suele derivar en trifulcas que a su vez provocan en el superior (sobre todo si este tiene una personalidad débil que pretende ocultar a fuerza de gritos) un ánimo revanchista que le empuja a cometer acciones de acoso y derribo, con la consiguiente respuesta sediciosa. Otro bucle que da como resultado un nuevo ouroboros caótico y destructivo. De las más exaltadas de estas relaciones, suelen nacer los despidos improcedentes y los acosos laborales.


Por fortuna, ambas no suelen darse en una misma persona, aunque hay demasiados casos en los que concurren: pobres de aquellos a los que les ocurre, sin encontrar en sitio alguno su locus amoenus, su remanso de paz dentro de la guerra. Salir corriendo, y aferrarse al derecho condigno de las personas a tratar de encontrar la felicidad, es algo más que una opción: es una exigencia del alma que ansía vivir en armonía. Dios perdone a esos vampiros, capaces de destrozar por nada a otros seres en el nombre del amor, de la competencia, o de cualquier otro de los desatinados motivos que el diablo quiera darles. Rezo a diario para que encuentren ese sitio en el que al final cobren conciencia de los destrozos que ocasionan, y que su conciencia no les permita conciliar el sueño.