La frase del día

El hombre puede vivir unos cuarenta días sin comida, unos tres días sin agua, unos ocho minutos sin aire, pero sólo un segundo sin esperanza.” — CHARLES DARWIN

jueves, 17 de marzo de 2011

LEYES INEXORABLES

He podido encontrar unas leyes inexorables, que se cumplen en todo el universo. Como me han parecido bastante interesantes, las pongo aquí por si os fueran de utilidad.


'TODO CUERPO SUMERGIDO EN LA BAÑERA HARÁ SONAR EL TELÉFONO'.(ley de Mevi Amatar)

'CUANDO NECESITES ABRIR UNA PUERTA CON LA ÚNICA MANO LIBRE, LA LLAVE ESTARÁ EN EL BOLSILLO OPUESTO' (Ley de Mecago Enlamar)

'SIEMPRE QUE LLEGUES PUNTUAL A UNA CITA NO HABRÁ NADIE ALLÍ PARA COMPROBARLO, Y SI POR EL CONTRARIO LLEGAS TARDE, TODO EL MUNDO HABRÁ LLEGADO ANTES QUE TÚ Y QUEDARÁS FATAL' (Principio de Longines)

'TODO CUERPO SENTADO EN EL INODORO HARÁ SONAR EL TIMBRE DE LA PUERTA'.

(Ley de Nicagar Puedeuno)

'CUANDO TENGAS LAS MANOS LLENAS DE GRASA, TE COMENZARÁ A PICAR LA NARIZ'. (Ley de Angustias Teda Lavida)

LA ÚNICA VEZ QUE SE CIERRA LA PUERTA SOLA ES CUANDO TE HAS DEJADO LAS LLAVES DENTRO (Ley de Vayusté Pordios)

EL SEGURO LO CUBRE TODO, MENOS LO QUE TE SUCEDIÓ' (Ley de Esoco Rede Sucuenta)

'SI MANTIENES LA CALMA CUANDO TODOS PIERDEN LA CABEZA, SIN DUDA ES QUE NO HAS CAPTADO LA GRAVEDAD DEL PROBLEMA'. (Axioma de Noten Teras)

CUANDO LAS COSAS PARECEN IR MEJOR, ES QUE HAS PASADO ALGO POR ALTO (Segundo axioma de Noten Teras)

'LOS PROBLEMAS NI SE CREAN, NI SE RESUELVEN, SÓLO SE TRANSFORMAN'. (Ley de Estono Esvida)

LLEGARÁS CORRIENDO AL TELÉFONO JUSTO A TIEMPO PARA OÍR COMO CUELGAN'.

(Principio de Rinrín)

'LA VELOCIDAD DEL VIENTO AUMENTA PROPORCIONALMENTE SEGUN HAYA SIDO EL PRECIO DEL PEINADO'. (Principio de Llongueras)

'SI SOLO HAY DOS PROGRAMAS EN LA TELE QUE VALGAN LA PENA VER, SERÁN A LA MISMA HORA'. (Ley de Queco Jones Tienen)

'LA PROBABILIDAD DE QUE TE MANCHES COMIENDO, ES DIRECTAMENTE PROPORCIONAL A LA NECESIDAD QUE TENGAS DE ESTAR LIMPIO'. (Ley de Menudo Lamparón)

'CUANDO TRAS AÑOS DE HABER GUARDADO UNA COSA SIN USARLA DECIDES TIRARLA, NO PASARÁ MÁS DE UNA SEMANA SIN QUE LA NECESITES DE VERDAD'.

(Principio budista del Lama Dreque Loparió)



miércoles, 2 de marzo de 2011

LA SECTA



Llevo muchos años contando todo lo que me sucede, plasmándolo en un papel para, en muchas ocasiones, entender parte de lo que va sucediendo a mi alrededor, en un mundo que cada vez va más rápido cuando, por los años que ya empiezo a lucir, he entrado en un proceso en el que la rapidez de los acontecimientos es, cuanto menos, molesta. Y es que a medida que voy cumpliendo primaveras, voy aprendiendo a ser más paciente, a tener menos prisas, a ser más reflexivo, dejando la impulsividad para los que vienen por detrás, hambrientos por acumular experiencias, tal y como yo era hace menos de un lustro. Supongo que ese proceso es otro de los aspectos evolutivos que llamamos magnánimamente “madurar”. Ley de vida, supongo.


Lo cierto es que este cambio de cosmovisión me hace intentar mirar la vida de otra manera más pausada, intentando desgranar el polvo y la paja, el fruto y la mala hierba, para tratar así de encontrar la senda que considero es la verdaderamente justa. Quiero pensar que esto me lleva a cometer menos fallos, o que los que se producen, tengan menores consecuencias, menos damnificados (lo que ahora los modernos y por anglicismo, denominan “daños colaterales”). Teniendo en cuenta que la caridad bien entendida empieza por uno mismo, sigo pensando a mis casi cuarenta primaveras que soy una persona encantada de haberse conocido. Espero que me perdonéis tal grado de egocentrismo, pero es que por mi forma de ser tengo que estar convencido en cada momento de que estoy haciendo lo justo: no puedo irme a dormir sin tener la conciencia tranquila. Quizás sea esta la causa de mis mayores derrotas y la responsables de mi tranquilidad de espíritu. Puestos a elegir, prefiero que sea así: prefiero perder y ser feliz a ganar y tener intranquilidad y terrores nocturnos. Soy así, y creo que voy a morir igual.


Toda esta reflexión viene hoy, que me he parado a pensar en mi estado actual, en el momento que estoy viviendo. Hace solo un par de meses, fui despedido de modo injusto de una empresa a la que he dedicado casi cinco años de mi vida, a la que le he dado todo el mejor saber hacer que he sido capaz, sin escatimar nunca en esfuerzo, ilusión, tesón y entrega: no sé hacerlo de otra manera. Siempre, parafraseando una sentencia que me dijo el primero de mis jefes hace ya más de ¡ veinte años !, he afirmado que no me gusta trabajar, ya que exijo un sueldo por ello. Realmente, las cosas que me gustan las hago gratis, o pago por hacerlas; pero una vez que me pongo a hacerlas las hago lo mejor que sé, porque una parte de la justicia que me auto-impongo, implica el ser honesto con el que me paga, y realizar de la mejor manera que me es posible cualquier trabajo encomendado, sin escatimar sacrificios del tipo que sean. Quizás sea por esto por lo que puedo afirmar que casi la totalidad de clientes a los que he atendido comenzaron siendo eso: clientes, y terminaron siendo amigos, que es mucho más de lo que otros pueden decir (si alguno lee esto, sabrá que me refiero a él).


Hace ya algunos años, cometí el tremendo error de cambiar un trabajo en el que estaba bien considerado por el simple hecho de intentar medrar. Me ofrecieron unas buenas condiciones laborales y, tras mucho pensarlo, accedí al cambio, con la ilusión por bandera y mi reputación de buen trabajador como aval. Creo, sin temor a equivocarme, que he cumplido con creces. Cada año se sometió mi trabajo a revisión y las pasé con soltura, aprobando cada una de ellas con solvencia, subiendo cada año de tramo sin que nadie me regalase nada. Y así ha sido hasta que me han echado de modo espurio, con falsas acusaciones que han llegado a la desfachatez de colgarme la culpa de cosas que ni siquiera habían pasado estando yo presente en mi puesto de trabajo. No vale de nada darle más vueltas: simplemente me tocaba ser uno más de los que estaba cayendo, pero no por los hechos que se aducía en mi carta de despido, y eso lo sabemos las tres personas implicadas en ese triángulo diabólico, en el que se ha ido la hipotenusa, para que se quedasen a gusto los dos catetos (en este caso catetas).


Ahora que ha pasado el tiempo necesario para reflexionar sin acritud, tengo que agradeceros, ominosas catetas, que me hayáis dado la posibilidad de volver a ser feliz, de volver a ver la vida con un optimismo que no tenía cuando estaba en esa empresa modelo, que tanto afán tiene en conseguir beneficios a costa de hacer olvidar a los que la conforman su condición humana, sin que un atisbo de magnanimidad, decencia u honradez se encuentre por ninguno de vuestros estamentos: sois solo fachada, muñeca de trapo presa de unas mentiras que ya ni vosotros mismos os creeís. Me queda la satisfacción de saber que, en todo momento, he sido honesto con todo el que me ha rodeado y la certeza de estar ahora mismo en el lugar correcto. Como una vez dijo Unamuno: “Vencereis pero no convencereis. Porque os podrá asistir la razón por la fuerza; pero nunca la fuerza de la razón”. A ese tal Unamuno, no lo busqueis entre el personal de la secta, por favor, que no se encuentra entre vuestra plantilla. No afileís las espadas que, al contrario de lo que podais pensar, es libre como el pensamiento de la gente; hasta de esa gente que se ve obligada a callar y a pensar que tal grado de sometimiento es otro plus que se paga a costa de tener nómina.

viernes, 9 de julio de 2010

VAMPIROS

En una relación, siempre hay un elemento dominante y un sujeto dominado; un vampiro que succiona la energía vital, y otro que la va dejando por el camino. Cuando esa relación acaba, sea del tipo que sea, hay algunos de esos que yo llamo "vampiros vitales", que se encuentran perdidos sin una víctima a la que dejar sin esencia vital: no son otra cosa que pobres seres acostumbrados a ser los amos del universo, que de repente despiertan y se dan cuenta de que han dejado de ser el ombligo del mundo, para convertirse en personas, sin más. El problema viene cuando no han sido capaces de aprender a ser personas; ¿qué sucede entonces?: que continúan intentando someter sin darse cuenta de que sus víctimas han dejado de estar a su alcance. Lo peor de todo esto es que no reparan en nada para proseguir con su dominación, y no quieren ver el daño que hacen a todos los que les rodean sin excepción.


Hay distintas relaciones que propician tan perniciosa simbiosis, comunes por desgracia a la vida cotidiana y, por ende, cuasi imposibles de evitar. Pero sin duda, hay dos casos que sobresalen sobre el resto por su prolijidad: las relaciones sentimentales y las laborales. En cualquier pareja, es lo frecuente que siempre haya una persona que ceda un tanto más que la otra para que los engranajes se vayan engrasando, hasta conseguir poner en marcha algo tan complicado como es la convivencia. Si todo transcurre por los cauces normales, ambos integrantes de la pareja irán alternando en mayor o menor medida dichas cesiones, logrando así un equilibrio que nunca llegue a desembocar en una situación en la que ninguna de las dos se sientan lesionadas, logrando un ecosistema cohesionado y firme, que debe dar como fruto una relación cada día más fuerte y compenetrada. Cuando uno de los dos resulta ser un vampiro, hasta las normas más elementales se rompen, y todo lo que les rodea pasa a ser un tira y afloja con un sempiterno vencedor (poseedor de la razón o no) y un vencido: un infructífero campo de batalla con las víctimas siempre del mismo lado; una concomitancia absurda y demente de trágico final. Las más exacerbadas suelen dar como fruto espurio malos tratos de palabra, psicológicos o físicos.


En cuanto al segundo caso, en el trabajo se dan las condiciones apropiadas para el crecimiento de esta flor de dolor: muchas horas de convivencia forzada con gente con la que, de no mediar la motivación pecuniaria, jamás entraríamos en contacto con ella. El estrés es otro de los abonos fundamentales, al que hay que unir la preponderancia de los que ocupan un puesto de importancia sobre otros y que, cegados por una falsa sensación de egolatría, suelen imponer su punto de vista por Real Decreto, sin que les importe si les asiste la fuerza de la razón o si por el contrario están imponiendo la razón por la fuerza, promoviendo por reiteración, un sentimiento de rebeldía en el subyugado, que suele derivar en trifulcas que a su vez provocan en el superior (sobre todo si este tiene una personalidad débil que pretende ocultar a fuerza de gritos) un ánimo revanchista que le empuja a cometer acciones de acoso y derribo, con la consiguiente respuesta sediciosa. Otro bucle que da como resultado un nuevo ouroboros caótico y destructivo. De las más exaltadas de estas relaciones, suelen nacer los despidos improcedentes y los acosos laborales.


Por fortuna, ambas no suelen darse en una misma persona, aunque hay demasiados casos en los que concurren: pobres de aquellos a los que les ocurre, sin encontrar en sitio alguno su locus amoenus, su remanso de paz dentro de la guerra. Salir corriendo, y aferrarse al derecho condigno de las personas a tratar de encontrar la felicidad, es algo más que una opción: es una exigencia del alma que ansía vivir en armonía. Dios perdone a esos vampiros, capaces de destrozar por nada a otros seres en el nombre del amor, de la competencia, o de cualquier otro de los desatinados motivos que el diablo quiera darles. Rezo a diario para que encuentren ese sitio en el que al final cobren conciencia de los destrozos que ocasionan, y que su conciencia no les permita conciliar el sueño.

miércoles, 30 de junio de 2010

ESTRAMBÓTICO

En una lengua como la española, rica en matices, giros y construcciones coloquiales, hay determinadas palabras que son desconocidas para un amplio número de personas y que, sin embargo, para nosotros son harto conocidas por ser utilizadas dentro de nuestra esfera social, local o familiar. Hay muchas que son utilizadas con un significado que se circunscribe únicamente a nuestro reducido círculo y que, tomada por alguno de sus miembros y difundida por nuestro reducido grupúsculo, ha sido alterado su significado por diversas causas que ahora no vienen al caso, pero que son adoptadas por todos y cada uno de sus miembros hasta llegar a ser parte del personal acerbo cultural de todos ellos, auspiciado por unos lazos familiares que, como en todas las circunstancias sociales, hacer de la legua y el vocabulario común otro nexo más fuerte si cabe que el de cualquier sentimiento, sobre todo teniendo en cuenta que estos son totalmente susceptibles de cambios por los diversos avatares de la vida, mientras que la lengua aprendida permanece inalterada hasta el fin de los días. Y es que las palabras son esa fuerza que lo envuelve todo, que lo aglutina dentro de lo posible, de lo real. Tal y como creo que ocurre en una comunidad de hablantes, el conocimiento de ese vocabulario coloquial antes descrito, une más que cualquier tipo de lazo, logrando una perfecta cohesión, una relación simbiótica entre sus miembros, que interactúan para originar un pequeño intramundo, rico en matices y particulares interpretaciones, que terminan por juntar más si cabe al los integrantes de ese reducido grupúsculo. Curiosamente, cuando los miembros más ancianos nos van abandonando, merced a ese poso que han dejado dentro de nosotros, en forma de palabras, nos ayudan a recordarlos con mayor nitidez, haciendo las veces de magdalena proustiana en un sinfín de ocasiones en las que, por un momento, nos vemos sumergidos de nuevo en pasajes pretéritos, que revivimos con inusitada fuerza; y todo esto con una simple palabra, pronunciada en el momento justo. Quizás en eso reside la magia de las palabras: van soltando su esencia sin que nos percatemos, para salir a nuestro encuentro cuando menos lo esperamos.


Todo ello acude a mi mente en el momento en el que, por avatares que no vienen al caso, me reencontré con una palabra de aquellas que mi abuela tenía siempre en mente: estrambótico. Al leerla de nuevo, una tormenta de anámnesis sacudieron mi alma, retrotrayéndome a esos tiempos en los que, cuando hablábamos de gustos, ella recurría a su frase habitual: “ A mí, lo que me gusta es lo estrambótico”. Y enseguida comprendía que manifestaba gusto por lo estrafalario. Pude verme otra vez como cuando era un muchacho, alegre, tímido y jovial; luchando eternamente para conseguir un hueco en mi círculo más cercano. Curiosamente, podía percibir las emociones, pero no penetrar en los pensamientos de aquel reflejo que, si acaso, no los tuviera; pero que si así fuera, estaban ocultos e inaccesibles para mí. Estaba claro que me hallaba ante un mundo anamnesíaco; vivo en mis recuerdos y muerto en lo pragmático. Es triste comprobar como, a medida que van muriendo las palabras, van feneciendo también las personas que las pronunciaban, como si ese alma que contenían los vocablos, fuese la esencia de la otra contenida en la cajita de plata que alberga el pecho de las gentes. Se une sin dudarlo humano y lo divino, el léxico y la imagen, lo fonemático y lo vital. No hay duda de que ambas cosas son las dos caras de una misma moneda: mirando hacia extremos distintos, pero unidos inalteradamente en la esencia: matar palabras es asesinar almas. Y lo peor de esto es que podremos recuperar el vocablo, pero nunca el mundo en el que se desarrolló. La hermosa luz que se halla bajo la luz de los recuerdos, es una sombra más que fenecerá con nosotros, últimos testigos de un mundo pasado que, nunca sabremos si fue mejor; pero al que la marea de los tiempos le ha dotado de una beatitud de la que no goza los tiempos presentes ni, como buen hijo de estos, el incierto futuro.


Ante tal certeza, solo nos queda seguir llorando a los que ya no están, apretar los dientes y luchar por incorporar todos los mundos que formaron el nuestro en uno nuevo, auspiciado por el calor de las palabras, del verbo, que todo lo arropa y lo une, para configurar así el legado que debemos dejarles a nuestros hijos, nuestro propio acerbo que, sin duda, le enriquecerá sobremanera.

miércoles, 21 de abril de 2010

MIL PERDONES

Hace ya algún tiempo que publiqué la última entrada: la verdad es que he tenido unos tiempos de cambios, revueltos y, si soy sincero, con algunos momentos de desgana y de desánimo íntimo, que me han obligado a dejar temporalmente de escribir. Por todo ello y, sobre todo, por todos los que habeis seguido pese a todo entrando al blog, quiero pedir lo que el título indica: mil perdones. Además, quiero agradeceros que no hayais olvidado este pequeño trozo de mi alma, pese al voluntario parón. Gracias de corazón: sois especiales.

domingo, 24 de enero de 2010

AL FILO DE LA MADRUGADA



Mientras a través de la ventana, corre sin cesar, inmisericorde, la madrugada que descubrí ese mensaje que me recordaba lo que pudo haber sido, recordándome la tristeza de ser a veces mortal y humano, la desgarrada voz de Sabina va recorriéndome la piel mientras la pluma translitera estos sentimientos, huérfanos por hallarse lejos de ti. La voz del maestro desgranando vidas y sangres ajenas que siento como propias, el sol intentando despuntar en sus primeros albures, unos tímidos rayos que rasguen las tinieblas, un café dispuesto a ser vaciado y la compañía de la vieja costumbre de emborronar folios: causas todas ellas favorables para encontrarme en un estado similar a lo que algunos podrían denominar felicidad; pero carezco de ese ruido leve de tus pasos por la habitación, de ese aroma a cariño y ternura que exhalas, de sentir ese abrazo que, viniendo desde atrás, desprenden tus hermosos brazos mientras se enroscan en mi cuello mientras miras por encima de mi hombro lo que escribo, mientras me regalas el beso que me hace retomar el camino al cielo que tantas veces he recorrido junto a ti, ese al que fui, al que voy cada vez que te veo, al que pienso volver mientras un hálito de vida siga moviendo este torpe cuerpo que y no me pertenece, que ya no respira, que ya no mora sino en el dulce horizonte de tu alma.


Y es que, aunque hoy no esté de moda decir todo esto que te digo, aunque los sentimientos y la ternura se encuentren cada día más desterrados de este tecnificado mundo en el que nos ha tocado vivir, menos humanista y más despiadadamente inhóspito, quiero confesarle a la madrugada que quiero a una mujer, de esas que solo con el simple hecho de pronunciar tu nombre, ya te hacen vivir el más dulce de los sueños. Quiero confesar que soy afortunado, por tener a alguien como tú, brillante y divina, diosa entre las mujeres y mujer entre las diosas. Si algún poeta hubiese querido escribir el poema perfecto, debería haber tomado como musa el fulgor de tus ojos. Si alguien quisiera haber sentido el amor perfecto, debería haber escuchado de tus labios dos simples palabras: “TE QUIERO”.


El final perfecto de cualquier sueño, la más dulce de las sonrisas, el más verde de los jardines, la risa de un niño, el olor a café recién molido, la más colorista de las utopías, la más hermosa de las flores, el amor de los poetas; todos ellos son oropeles que adornan tu alma, que la ensalzan, que la elevan por encima de cualquier mortal. Muchos pensaran que exagero, que solo soy un pobre vate loco, un enamorado aprendiz de escribidor adolescente que canta a su idealizada musa; pero ellos no conocen el brillo de tus ojos, el calor de tu risa, el roce de tus caricias: no pueden entenderlo, ni quiero ni pretendo que lo hagan. Solo pretendo que, en nuestro mundo, perdure un remanso alejado del resto, donde pueda alumbrarme con el brillo de tu piel, donde pueda decir que, como lo pienso, soy el más afortunado de los hombres, mi amor, solo porque te tengo, solo porque te siento, solo porque soy tuyo y porque me perteneces. Te amo con toda la fuerza que le es posible a mi alma, y quiero que esta sensación sea la que me asista en el momento final, para poder decir en el postrero instante que mi existencia valió la pena, solo porque a través del embravecido mar que tuve que surcar para ir a tu encuentro, fui por ti Odiseo, y tú, dulce Penélope que tejió y destejió un tapiz maravilloso en el que quedó plasmado nuestro sentimiento mutuo. Ni las Moiras podrían romper eso, porque, mi cielo, el amor que albergo es más fuerte que los hilos de Láquesis.


TE QUIERO, MI VIDA.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

LLUVIA

El día de navidad se levantó soleado, hermoso, con un majestuoso sol de invierno de esos que calentaba la piel, sin obligar a buscar cualquier refugio a la sombra. Era una sensación agradable sentirse acariciado, calentado, reconfortado. Resultaba raro que, en pleno diciembre, saliese un día de navidad primaveral, que hiciera olvidar los rigores del invierno que llevábamos sufriendo ya por espacio de unos cuantos días. Era una de esas sorpresas que nos suele reservar el cada vez más díscolo clima, cambiante e imprevisible hasta extremos cada vez más insospechados.


Curiosamente, a medida que iba transcurriendo la jornada, el aspecto del cielo fue cambiando, abandonando el azul celeste (como no podía ser de otra manera) para ir dejando paso a unos nubarrones cada vez más grises, que dieron por finalizada la efímera primavera, para comenzar a mostrar lo que algunos poetas han dado en denominar “las lágrimas de los dioses” o, lo que es lo mismo, una impenitente lluvia, que hacía olvidar el acto de sedición que había llevado el sol a cabo durante toda la mañana. Todo volvía a encauzarse hacia lo que se podría calificar de normal: “diciembre, día de navidad, con frío y lluvia melancólica”.


Recuerdo que, en innumerables ocasiones, mi abuela decía sentirse muy influenciada por el tiempo, y puedo dar fe de que era totalmente cierto: en los días grises y lluviosos, su ánimo llegaba hasta límites de tristeza infinitos, para levantarse con los días soleados y apacibles de la primavera y el verano. “En otoño, con la caída de la hoja, muchos enfermos mueren: cada hoja caída, es un enfermo muerto”, solía decir con frecuencia, demostrando así la importancia que le daba al clima en su vida. A mí, por mi corta edad, me parecía curioso que algo así pudiera suceder, pero era tan real como los dolores artríticos que sufría con los cambios bruscos de tiempo. Por aquella época, en mi ánimo nunca influía el estado climatológico; hoy, muchos años después, sigue sin hacerlo. No era cuestión de edad: creo que tiene más que ver con lo influenciable de las personas. De hecho, en ese día de navidad, no solo no alteró en nada el tiempo mi estado de ánimo, sino que, con ese giro inesperado primavera-invierno dio la impresión de que fuera él quien se adecuara a mí, acompañándome en mi triste soliloquio interno, motivado por estas malditas fechas, que siempre me llenan de melancolía, de inusitada tristeza.

Hoy, mientras escribo esto, un glorioso sol entra por la ventana: Si alguna vez hubiera deseado ser influenciado por la climatología, sin duda sería hoy. Espero que alguien pueda aprovechar este clemente tiempo, y le sirva para levantar la moral en estos duros tiempos que nos ha tocado vivir. Que, sea por la causa que sea, la gente pueda olvidarse de sus problemas por un tiempo, y dejen abierta la ventana hacia la esperanza. AMÉN

miércoles, 23 de diciembre de 2009

A MODO DE FELICITACIÓN


Aunque he de reconocer que estas fiestas no son precisamente santo de mi devoción, teniendo en cuenta que hay mucha gente a la que le encantan estas fechas y las viven con auténtica fruición, quiero desearles a todos unas felices fiestas. Espero de todo corazón que esta sea, para todos, la última vez que se pida algún deseo, por el simple hecho de verse todos cumplidos.

jueves, 26 de noviembre de 2009

CARTA ABIERTA DESDE MI INTERIOR

Es de suponer que, cuando una persona se encuentra en un punto crucial de su vida, la revisión del pasado se convierte en algo casi obligatorio, doloroso, pero necesario. Es importante en esos momentos echar la vista atrás con ánimo inquisidor, con minuciosidad, sin concesiones paternalistas que intenten justificar los errores pasados, para aprender de ellos, para llegar a juzgar con asepsia (si es que eso es posible), todas las decisiones equivocadas que se han tomado hasta el momento. Es el único modo de enseñarnos dónde tomamos la encrucijada incorrecta, ya que los paños calientes, solo van a ser bálsamo de un día, y no van a lograr sino una conmiseración que nos va a seguir llevando por la senda del error, haciéndonos caer una y otra vez. ¿Para qué iniciar un proceso doloroso si además va a ser estéril?. Es un mero acto auto-destructivo que no serviría de nada: solo como castigo, nada más.


Esta ha sido una noche larga, con apenas dos horas de sueño, dando vueltas en la cama, mirando el sol verde del despertador, con un hormigueo que me recorría todo el cuerpo, sin dejarme descansar, con los ojos enrojecidos, escociéndome, y con una sola pregunta rondando mi mente: “¿porqué?”. En mi vida, solo he perseguido ser un hombre bueno, sin más pretensiones que la de no hacer daño a nadie. Supongo que eso es algo que no siempre habré conseguido, pero lo que si que puedo afirmar sin que ninguna persona pueda negarme la razón, es que conscientemente, jamás he dañado a otros. Mis actos, mi comportamiento, mi forma de ser y de relacionarme con los demás, hablan por mí mejor que cualquier argumento. A disposición están de quien quiera verlos; sin ser un santo (ni pretender ser tomado como tal), he obrado siempre conforme a mis principios y creencias, sin importarme si eso iba a mi favor o en mi contra, deteniéndome siempre en el punto exacto donde comenzaba la libertad de otros, siguiendo con fidelidad la máxima cristiana de “mi libertad termina donde empieza la tuya”, que es una buena filosofía esté asociada o no a algún tipo de creencia, y esa convicción es la que me permite vivir y mirarme al espejo cada día, sin tener que bajar la mirada ante la imagen, orgulloso de ser como soy, de haber respetado a los demás como me gustaría que me respetasen a mí. Eso es más de lo que mucha gente puede afirmar: allá cada cual con su conciencia, y con el momento en que les alcance y les pida cuentas.


Durante estos últimos días, he sido tratado de un modo injusto, duro, impío, imagino que con el ánimo de quebrar mi voluntad, de hacerme ceder, de obligarme a entregar todo aquello por lo que he luchado, por lo que me he esforzado, por lo que me han salido callos en las manos y un sempiterno dolor de espalda que me acompaña cada mañana cuando me levanto, por lo que me he pegado esos madrugones desde hace ya tantos años y, sobre todo, aquello en lo que he derrochado todo el amor que me ha sido posible, todos los cuidados y atenciones que han necesitado, todas las caricias que hicieran arrancar una sonrisa, que devolvía a su lugar al sol de mis mañanas. Ahora, me piden que renuncie voluntariamente a todo ello, disfrazándolo de buenas intenciones, y quieren que se lo confíe a quien insulta, calumnia, amenaza y falta al respeto sin ningún tipo de miramiento. Pues bien, ahora llega el momento de la verdad, y no le voy a facilitar el trabajo sucio a nadie. Podrán arrebatármelo con la razón por la fuerza, aún sabiendo que jamás les va a asistir la fuerza de la razón, me lo podrán arrancar de las manos, pero van a tener que explicar que me lo quitaron: jamás van a decir que yo lo entregué alegremente. El día que haya que dar alguna explicación, no tendré que bajar los ojos y decir: “lo regalé”; podré levantar la mirada y decir: “me lo arrebataron”. Y ese será el momento en el que cada cual deba dar su explicación, y tomar consciencia de lo que ha hecho. Se han ganado a pulso mi desprecio, y eso, conociéndome, es algo que no tiene retorno. Que Dios ampare a todos los que están jugando alegremente con el futuro, y que Él los perdone, porque yo ya no puedo.

sábado, 24 de octubre de 2009

¡CÓMO EXPLICAR!

Imagino que, como a mí, en infinitud de ocasiones se han encontrado con una situación que ha rebasado, por las causas que sean, el límite de la comprensión, estupefacción o, simplemente, entendimiento, derivando por ello a un estado de desconcierto tal, que las palabras, tan tiernas aliadas en ocasiones, se niegan a salir, por su reconocida incapacidad de explicar el estado en que nos encontramos. Topicazos tales como “me he quedado sin palabras” o “me he quedado sin habla”, salen como tropo recurrente, para darnos unos preciosos segundos más que nos ayuden a procesar todos los aspectos de la situación que, en ese momento nos desborda. Pero hay veces que ni siquiera esos trucos nos ayudan a encontrar las frases apropiadas. Lo normal es que esos casos tengan algo que ver con los sentimientos más íntimos, más recónditos del alma (esa cajita de plata en la que guardamos todos los pensamientos subjuntivos).


Cuando se trata de escribir, estos problemas suelen ser más que frecuentes, sobre todo cuando se intenta aunar algo físico con el sentimiento que remueve en ti, porque ambas cosas se entremezclan, haciendo que las dudas se multipliquen, por la dificultad que tiene el marcar dónde se debe situar la frontera entre lo real y lo irreal; hasta dónde debe llegar lo objetivo y cuándo debe llegar lo subjetivo. Y es que, para que engañarnos, cuando se entremezclan sentimientos, es casi imposible ser del todo objetivo, ni aunque la costumbre lleve el proceso analítico más allá de lo normal. Quizás, a la hora de escribir, esta es una de las mayores dificultades que se deben salvar.


En todo esto estaba preso, mientras recordaba unos ojos que vi no hace mucho tiempo, y de los que me fue imposible sustraerme. Tenían un color cambiante con la luz, que se iba haciendo más o menos intenso, según eran iluminados por el sol. Ya solo por ver la cambiante paleta de colores, valía la pena detenerse a observarlos, para comprobar la limpieza, la pureza de sus matices, que atraviesan el alma y se adueñan de tu voluntad sin que puedas hacer nada por evitarlo. Si hermoso era su color, perturbadoramente inexplicable era su profundidad, en la que nunca se podría ahondar, por mucho que se quisiera, ni siquiera deteniéndose en cada una de las negras islas que pueblan su superficie, que dan un tanto de realidad, para dejarte caer otra vez en su insondable fondo, dejando al descubierto la esencia pura de la bondad de Dios.


Enredado, absorto entre la profundidad y el color, una forma de mirar, brillante, sugerente, cautivadora llamó mi ya maltrecha atención, sacudiéndola con una descarga de dulzura que me hizo estremecer, sentir bien,, reconciliarme con la belleza del mundo. Esa manera de mirar me hizo recordar que la beldad existe, que lo mismo que contemplaba yo en ese momento había sido visto por los poetas en sus más íntimos sueños. De repente, por ello, comencé a sentirme afortunado, a sentir cómo la sangre galopaba atropelladamente; cómo el corazón se desbocaba y golpeteaba como loco, deseando salir de su prisión. No era entonces consciente, pero acababa de conocer la esencia de la poesía, por el mirar de unos ojos traviesos. No sé, pero en ese estado de perturbación, me era difícil mantener una cierta cordura, que terminé de perder cuando reparé en la expresión de aquellas dos pequeñas estrellas, que me estaban observando con la dulzura infinita que todos poseemos alguna vez y que perdemos al abandonar la niñez, quedándose como un don particular, propiedad de unos pocos privilegiados, poseedores de los ojos más bellos del planeta, dotados con el don de la palabra, del verbo hecho belleza.


Tuve la suerte de poder contemplar en vivo la belleza residual de los dioses de las viejas y olvidadas religiones, sin merecerlo, sin llegar a ser digno de contemplarla. Hoy, que apenas encuentro palabras para expresar todo el cúmulo de sensaciones que me trasmitieron aquellos hermosos ojos de gata, rezo a diario para que quien quiera que rija nuestro destino, me permita volver a reflejarme en ellos, bañarme en su profundidad, y perderme de nuevo el el fulgor de ese color, que dejó impresa su impronta en mi alma cansada.