La frase del día

El hombre puede vivir unos cuarenta días sin comida, unos tres días sin agua, unos ocho minutos sin aire, pero sólo un segundo sin esperanza.” — CHARLES DARWIN

sábado, 12 de septiembre de 2009

RETRATO ÍNTIMO


Desde que tengo uso de razón, no recuerdo un solo día en el que no haya tenido que pelear por algo que he querido. Puedo asegurar que no es una exageración, ni una de esas lagunas mentales que de vez en cuando me acometen, con la barca de la melancolía surcando sus aguas: es una pura y dura realidad. Desde bien joven, tuve que ponerme el traje de luchador y comenzar a pegar codazos para conseguir lo que a otros se les daba por derecho, por humanidad o... por que sí. Me alegra que la gente tenga oportunidades, sobre todo si las aprovechan, si saben ser conscientes de que en este mundo, nada se regala, nada se da sin más, y consiguen apreciar lo que tienen. De mi vieja agenda, con las flores secas, puedo extraer cientos de batallas ganadas y miles perdidas, y eso me da la posibilidad de mirar con orgullo mis cicatrices, sobre todo porque, como dijo el sevillano: “desdeño las romanzas/de los tenores huecos/me paro a distinguir/las voces de los ecos”. Y esas pocas marcas que se quedaron en mi cuerpo, junto con todas esas muchas que se quedaron en mi alma, me dan una perfecta cosmovisión, una vista privilegiada de mis virtudes y mis defectos, de mis aciertos y mis errores y, sobre todo, me ayudan a comprender que estas palabras que escribo no tienen validez más allá de mi frontera, que nada de lo que digo tiene que ser cierto, que solo son verdad en tanto en cuanto sean sinceras y consecuentes con mi idiosincrasia; que nada de lo que opino es verdad, ni tampoco mentira. No son sino impresiones de un alma que se desnuda cada jornada para seguir caminando por una vereda única y personal: la mía; y fuera de ella pueden resultar acertadas o no, pero eso ya se escapa de mi consideración, comprensión y competencia: no soy un escritor de sentencias, ni de axiomas irrefutables, ni de dogmas de fe: sólo soy un chico de la calle que vive su canción.


Por todo lo anterior escrito, puedo afirmar, sin temor a equivocarme que jamás he dado una batalla por perdida de antemano y que, las pocas que sabía que estaba destinado a perder, las he peleado con el mismo empeño que si fuera posible la victoria: no sé hacerlo de otra manera, es mi forma de ser y de entender la vida. Se me puede buscar entre las bajas, en la lista de los heridos, pero nunca tratéis de encontrarme entre los desertores, los cobardes o los pusilánimes, porque no me hallaréis. Soy fiel a mi ideario, a esa frase que leí el otro día en mi vieja agenda de adolescente, y que me grabé a fuego en aquellos inciertos años: “si otros pueden, ¿porqué yo no?”. Fue toda una declaración de intenciones, una preconización de la que entonces no era consciente, de mi forma de ser. No penséis por ello que desdeño las formas de ser pensar o estar diferentes a las mías, porque no es así. De todas las maneras de ser consigo sacar un florilegio, que acoplo en la medida de lo posible, en lo que vale o en lo que me puede servir, para tratar de enriquecer mi conocimiento de la metafísica: jamás desdeño una filosofía por ser contraria a la mía propia. La escucho, estudio con atención cada arista que puedo encontrar, la pulo para adocenarla con mi manera de ser, y lograr por ello escalar un peldaño dentro de eso que se suele llamar “calidad humana”.


Solo soy una mente inquieta, un eterno aprendiz vital, que no intenta adoctrinar, sino ser un ente distinto, que muestra sus pensamientos, que busca referentes entre los demás, que aprende de errores propios y aciertos ajenos. Solo una persona que trata de vivir siendo fiel a su férreo ideario, sin que pida a nadie que le conceda más que el beneficio de la duda. Intento, en definitiva, llegar a hacer mías sus palabras:


más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno

sábado, 29 de agosto de 2009

Gracias

Cuando comencé este blog, mi idea era tener un lugar donde desahogarme, exorcizar fantasmas, con una pequeña ventana al exterior, para que todo el que lo tuviera a bien, pudiera ver que era lo que pasaba por mi alma en ese momento. Supongo que uno de mis anhelos era que la gente leyera lo que escribo, y que le gustara, y que continuase conmigo; pero no lo recuerdo así, sino como algo más íntimo, más personal. Tenía la idea de compartir pensamientos ocultos con gente anónima, que pudiera verse reflejada en mis propios sentimientos, conocer un poco más mi mundo interior.

Creo que todo eso lo estamos consiguiendo, vosotros y yo, con paciencia, con infinita paciencia por vuestra parte, aguantando todo lo que escribo con una posición cercana al estoicismo. Debo confesar que jamás pensaba alcanzar una cifra de visitas como la que lleva ahora mismo (1339); de hecho nunca pensé en rebasar siquiera las quinientas, y eso es algo que me hace muy feliz. Por eso creo que es de justicia daros las gracias, a todos y cada uno de vosotros, por escucharme, por visitar este pequeño pedazo de mi alma que, siempre que querais, seguirá dejando de ser mío para perteneceros. Gracias por compartir estos momentos a los que entrais con asiduidad y a los que habeis dejado de hacerlo; a los que dejais vuestros comentarios y a los que manteneis una postura tácita; a los que me buscais y a los que me encontrasteis por casualidad... gracias a todos: me haceis muy feliz, y eso es algo que nunca os podré pagar en la medida de lo que vale.

Para todos vosotros, os dedico este video, con todo mi afecto. GRACIAS.
DUENDE SATÍRICO

viernes, 28 de agosto de 2009

LA DUDA ANTE CARONTE

No me cabe la menor duda, aunque suene a perogrullada, que la vida es harto complicada, dura y... satisfactoria. Nuestra existencia se puede ver marcada por hechos más o menos terribles, pero siempre da la oportunidad de enderezar un rumbo errático. Aunque haya ocasiones en que nos haya golpeado tan duro que no tengamos fuerzas para reconducirla, esa ocasión siempre se nos suele dar, disfrazada en muchas ocasiones para que nos cueste reconocerla, para que no sea tan sencillo elegir. Por algún motivo que se escapa a mi entendimiento, el Hacedor, el destino, las Moiras o quién quiera que sea la deidad que rige nuestra andadura desea que la existencia sea un camino lleno de intersecciones con el horizonte oculto tras una impenetrable niebla que nos impida tener certidumbre, ante las que nos debemos parar para tomar la dirección correcta, sin más ayuda que la brújula, mezcolanza de sentimientos, experiencias y anámnesis de índole variada, con los cantos de sirenas al fondo, confundiéndonos más si cabe. Toda esta incertidumbre es la que hace que se complique la vida, y que nos perdamos a veces entre esa niebla, con la dulce voz de las sirenas martilleando nuestros oídos, mientras proseguimos a la busca de un momento de felicidad que nos recuerde que nos lo merecemos, que somos algo más que carne de sufrimiento, que esto es más que el valle de lágrimas que nos venden las religiones, prefacio de algo mejor.


Pese a su contrapunto amargo, la vida muchas veces se empeña en ponernos pruebas, como si no estuviera segura de que merezcamos lo que nos da, para ver la pasta de la que estamos hechos. Si en la adversidad sabemos permanecer, nos suele premiar con sueños, pero nunca tan fáciles de alcanzar como para que podamos tocarlos con solo estirar el brazo: requieren un pequeño sacrificio que, una vez pagado, abre la puerta hacia el camino franco de la felicidad. Es por ello que, en infinidad de ocasiones, pensamos que la vida es cruel, y quizás sea así; pero en innumerables ocasiones, somos nosotros los que nos negamos a pagar la moneda a Caronte, y nos quedamos instalados en el limbo de la tristeza. Debemos cruzar el umbral, y dejar los miedos para más tarde. No preconicemos sin parar la melancolía: aferrémonos a los sueños. Resulta tan doloroso ver la cara del barquero como arrepentirnos de lo que queremos antes de hacerlo. Extrañamente, esta última suele ser nuestra opción más recurrente: siempre hay miles de motivos para no darle la moneda, para abandonar el sueño que nos conducirá a la felicidad: el más usado suele ser la cobardía, así que nos la guardamos en el bolsillo, mientras lloramos por nuestra infelicidad, sin querer aceptar que es nuestra la decisión de serlo, y que hemos dicho que no a la oportunidad de nuestra vida.


Y, llegados a este punto, cabe preguntarse: ¿tenemos derecho a quejarnos por las oportunidades perdidas cuando somos nosotros mismos los que las hemos desechado?. Quizás sí, pero, personalmente, prefiero quejarme de las cosas que han salido mal que de las que no me he atrevido a hacer. Quizás sea un poco reaccionario en esto, pero creo que todo el mundo tiene derecho a ser feliz, si se lo gana con la moneda del sacrificio: esa moneda tan fácil de dar, pero tan difícil de sacar de nuestros raídos bolsillos. Caronte aguarda; ¿vas a sacar la moneda o te vas a alejar del embarcadero?. Nadie más que tú elige. La solución, en tu vida.

lunes, 24 de agosto de 2009

LAS DOS OLAS


Imagino que, como todo en esta vida, la valentía va por barrios, y cada uno tenemos esos momentos y esas circunstancias en las que podemos ser las personas más arrojadas que puedan existir, para sucumbir después a pequeños terrores que, vistos por otros ojos, desde otra perspectiva, puedan parecer fútiles pero que para nosotros, por unas u otras circunstancias, resultan demasiado duras de afrontar o, al menos, que requieren de su tiempo para ser enfrentadas.

Algo así es lo que me ocurre con el tema del que estoy escribiendo, haciendo acopio de todo mi valor, no exento de dolor, y de una mezcolanza de sentimientos que están removiendo en mi interior cosas que, si no muertas, por lo menos creía superadas, y de las que me estoy dando cuenta que aún tienen demasiado peso. Supongo que son cosas con las que he aprendido a vivir, pero que todavía siguen doliendo, pese a los años ya transcurridos.

Corría la navidad de 2004, en una noche del día de los inocentes en la que, como todas las noches, miraba el telediario mientras cenaba, comentando lo transcurrido a lo largo del día que, hasta aquel momento, había sido una magnífica jornada. Pero una imagen en el televisor, en forma de sacudida, saltó hacia mí mientras escuchaba lo sucedido en Tailandia, con aquel maldito tsunami que había arrasado la costa de aquel país. Preso de la más absoluta de las incredulidades, vi en la pantalla la foto de un amigo muy querido para mí, y al que incluían en la lista de posibles desaparecidos. Tras un primer momento de estupefacción, las lágrimas comenzaron a caer, mientras llamaba al Ministerio de Asuntos Exteriores, que había habilitado una linea de información, y donde no me quisieron revelar dato alguno por no ser familiar directo, cosa del todo comprensible, aunque en esos momentos alguien debería comprender que hay amigos que significan más que muchos familiares, pero la burocracia si de algo no entiende, es de sentimientos; y es así como debe ser, para mantener un cierto grado de eficacia.

Tras ponerme en contacto con sus padres, y compartir casi mes y medio de angustia y dolor, encontraron al fin el cuerpo de mi amigo, que pudo ser identificado por los tatuajes que llevaba. En febrero, el obispo de la zona vino a oficiar el funeral, que fue sin duda, la mejor misa que yo haya escuchado jamás, con un sinfín de mensajes de aliento, de esos que llegan de verdad, aunque ninguno de los allegados hallásemos en ese momento consuelo alguno en aquellas palabras. Fue el duro momento de la constatación de un hecho que, hasta entonces no habíamos asimilado: jamás volveríamos a verle con vida.

Manuel Perdiguero Ricci, a punto de cumplir 36 años, nos había dejado para siempre, en el mejor momento de su vida, mientras disfrutaba de unas vacaciones junto a su novia. Fue el primer español fallecido en el tsunami que asoló aquel país. Aún no me puedo creer, aunque hayan pasado ya tantos años, que esté muerto. Cuando todo comenzó, el agua se retiró varios kilómetros y, al ver la ola, corrió para alertar a su novia. Consiguió que se salvara, pero lo pagó con su vida. Fue uno de esos héroes anónimos, de los que no hablan los libros de historia, aunque conociéndole, seguro que no le hubiera gustado figurar en ellos. Somos muchos los que seguimos recordándole, con su alegría, su risa, y sus continuas confusiones al hablar (pensaba en francés, y eso le hacía equivocarse). Era una persona alegre, jovial y muy amigo de sus amigos. Estuvo con nosotros casi tres años antes de volver a Suiza, país en el que se había criado. Era hijo de emigrantes y, aunque se sentía plenamente identificado con aquel país, nunca quiso abandonar su nacionalidad española, pese a poder hacerlo, pese a tener que renovar regularmente un montón de papeles para no perder el permiso de residencia; así era él: se dejaba llevar más por los sentimientos que por la conveniencia.

Tenía un carácter abierto, alegre, que le hacía llevar siempre una sonrisa en la cara. Y, cuando se enfadaba, daba dos gritos para olvidarse inmediatamente de todo. Nunca vi en él un enfado que le durase más de quince segundos, excepto cuando ocurría algo que afectase a sus amigos. Se dejaba llevar muchas veces por el elevado sentido de la justicia que tenía: no soportaba las injusticias, y eso le había llevado a ponerse muchas veces a favor de los más débiles, aunque con ello se buscase algún problema; no le importaba: era su forma de ser, y estaba muy satisfecho de ser como era. Y los que te conocimos, muy orgullosos de que fueras así, te lo aseguro. Era ese tipo de personas que tiene un aura especial, que contagia alegría a cuantos le rodeaban.

Tengo que confesarte, amigo Manuel, que aunque han pasado cinco años desde que te fuiste, aún no he sido capaz de ir a verte, de llevarte una mísera flor. No quisiera que pensaras que es por desidia: es porque no soy aún capaz de ponerme frente a tu tumba, y leer tu nombre; sé que todavía no estoy preparado para ello, pero te aseguro que en cuanto llegue ese momento, hablaremos largo y tendido de todo lo sucedido, y seguro que lo comprenderás.

Te seguimos recordando Manuel: nunca nos hemos olvidado de ti. Y tu nombre está escrito en el libro de historia más importante: el corazón de los que te quisimos. Una ola te llevó, y otra permaneció entre nosotros: la de la tristeza por saberte lejos para siempre.

D.E.P MANUEL PERDIGUERO RICCI

viernes, 31 de julio de 2009

Ensoñación surrealista


Me enfrento de nuevo a otra noche en la que el sueño va huyendo de mí, sonriendo mientras sigue corriendo, a unos metros escasos, sabeedor de que hoy no es posible que le alcance. Supongo que por ser esta una hora tranquila, sin ruidos, sin prisas, es cuando a las personas les abruman un poco los recuerdos, en una hora miserable en la que a solas con la conciencia, uno intenta conciliarse, aunque no siempre sea posible. "Cuando los besos saben a alquitrán/cuando las almohadas son de hielo" escribió acertadamente el maestro Sabina, en uno de sus magistrales oleos que nos muestran distintas facetas de la deformada condición humana, para dejar al descubierto la globalización de los sentimientos, la generalización que por fin y de su boca es más que justa y merecida. Una hora de insomnio en el que los fantasmas bailan con las hadas, derramando por el suelo las bebidas mientras se fusionan en un desesperado baile que tiene como único fin encontrar la salida.
Mientras, a muchos kilómetros de aquí, el leve arrullo de las olas del Mediterráneo no se escuchan, y una vida se debate en un macabro juicio en el que el veredicto no esta claro, pues abogados, juez y jurado, son parte de la disputa, uno mismo contra uno mismo, argumentando acusaciones que cada uno se atribuye, que a todos les cuelga junto al sambenito que han arrancado de la iglesia, para poder ser identificados en la larga lista en la que han sido incluídos.
El amor lucha en confrontación abierta contra el silencio, derramando por sus heridas manantiales de felicidad, mientras las valkirias inician un nuevo ataque que les lleva a la toma de una nueva posición de privilegio dentro del caótico mundo de mis ensoñaciones. Los duendes y elfos, derrotados, huyen en desbandada para ir a caer frente a los fantasmas de la realidad que, apostados en una cómoda situación de privilegio, descargan con furia sus armas para ir aniquilando a las aterradas tropas del ejército de los seres fantásticos y mitológicos, que van muriendo lejos de su tierra, sin aún comprender el porqué.
Mientras, ajenos a todas las batallas que se libran, El hombre murciélago y Catwoman se funden en un apasionado beso, que les resarce de todos los sinsabores pasados, de todas las disputas y peleas que tuvieron que resolver para llegar a ese apasionado contacto, que les libra por completo de todas sus penas, y les da un pequeño instante de felicidad plena, en que solo existen el uno para el otro, en el que los mundos y submundos que han tenido que atravesar para encontrarse, dejan de tener ya importancia, sumergidos en el tenue pero intenso roce de sus labios, canalizadores ahora de tanta pasión contenida durante tan largo tiempo. Junto a ellos, agonizante, un orco despliega por primera vez en su existencia una sonrisa que parece extraña, implantada artificialmente en el rostro de una criatura que, como todos los de su especie, han nacido únicamente para dar dolor. En su postrero arrepentimiento, sus facciones se han relajado, cambiando a un semi estado de paz, que le concederá el pase a la vida eterna, y le condonará sus atroces crímenes, en el nombre del amor. Hombre y mujer, ya lejos de sus máscaras, se sonrien mientras comparten caricias de cuerpos extraños; pero que contienen almas sobradamente conocidas. Lejos está ya el abismo de Helm, lejos el fragor de la batalla; lejos el dolor, la locura, le desesperanza y la sinrazón. Ahora sus corazones desnudos flotan en el nirvana, mientras su gozo va alcanzando cotas insospechadas para ellos. En el momento del climax, oculto para todos los demás, dos palabras se entrelazan en sus bocas: "te quiero", dice ella. "Te amo", contesta él.
La amargura del pasado quedó enterrada: ahora solo les queda vivir, allanar caminos, recorrer veredas, atravesar sin miedo las fronteras de la piel, para llegar a ser lo que eran desde hace ya tanto tiempo: un solo ser en dos cuerpos.

sábado, 25 de julio de 2009

EL DESTINO Y LAS HADAS




En innumerables ocasiones muchos de los que me rodean han empleado esta palabra para intentar explicar algo inexplicable, cuasi-mágico o, simplemente, una de esas casualidades que contradicen con fuerza las alocadas teorías que rigen las llamadas leyes de Murphy, y que no son otra cosa de un compendio de pesimistas progresiones aritméticas aplicadas a la estadística y que, para más inri, suelen cumplirse. Cuando alguien tiene un final trágico, cuando alguien encuentra cualquier final inesperado, siempre hay una alma caritativa que suele exonerar al sujeto en cuestión y soltar alegremente aquello de : “era su destino”.


Muchas y variadas son las expresiones y giros idiomáticos que contiene la lengua española para designar algo similar a lo arriba reseñado: “estaba escrito”, “era su hora”, son solo algunas de ellas. Otras con unas claras connotaciones negativas pueden ser: “se encontró con lo que no esperaba” o la más coloquial “si lo estaba buscando desde hace tiempo”. Todas estas expresiones contienen un poso de sabiduría popular que viene a tratar de explicar lo inexplicable, la mayoría basadas en la obstinada reiteración por parte del sujeto en cuestión para asumir una y otra vez un determinado riesgo. Todo esto, bien se puede resumir en una serie estadística que va reduciendo las probabilidades hasta hacer, llegada a un determinado número de repeticiones, que la probabilidad del fatal desenlace sea cada vez más posible.


Como bien se puede observar por los dos anteriores párrafos, yo jamás he creído en el destino, ni en nada similar. Es muy frecuente de hecho escucharme apostillar muchas situaciones de las antes descritas con una de mis frases características: “no creo en la suerte ni en la casualidad”, compañeros que prestan su inestimable ayuda para que todo aquello que “está escrito”, se cumpla inexorablemente, y que no hace otra cosa que afirmar mi descreimiento por todo lo que huela a explicar cualquier hecho por medio de las fuerzas divinas, esotéricas u ocultas. Hasta ahora.

No hace mucho tiempo, alguien, de cuyo nombre no quiero acordarme, me hizo una pregunta que, en aquel momento, me sonó a todo lo anterior. “¿tú crees en el destino?, en aquel preciso instante, hubiera respondido (y de hecho algo similar contesté) que no. Hoy, con todo lo sucedido, no estoy tan seguro de la rotundidad de mi respuesta, albergando en mi interior serias dudas, que me han hecho replantearme muchas de mis creencias, que ya consideraba tan firmemente establecidas que, sin darme cuenta de ello, las había tildado de inamovibles, y que me han dejado inmerso en un mar de reestructuraciones interiores, acometidas tras la desaparición de la convicción que antes tenía, y que me están haciendo ver cuan equivocado estaba en muchas de mis mas interiores creencias.

Hoy, que gracias a las dudas creadas con una simple pregunta, he podido acceder a un rico mundo de contrastes que cada vez está más arraigado en mi interior, quiero expresarle mi eterna gratitud a esa persona que ha sido capaz de cambiar mi mundo para mejor, hacerlo más habitable y poblarlo de maravillosas hadas, que aportan luz y serenidad a mi alma cansada. Gracias por darme algo de tu magia con una simple pregunta.


Gracias.

domingo, 19 de julio de 2009

REENCUENTRO CON LA LUNA



Recuerdo que en mis muchas noches de adolescente, época de bisoñez y ternura, donde cada sentimiento era vivido como si fuera el último, me encantaba mirar la luna, y que ella me mirara. En mis ensoñaciones, la imaginaba como una dama que nos observaba, penetraba en nosotros para ver nuestros sentimientos y desnudarnos el alma ante ella, para después acariciarnos, recorriendo cada palmo de la piel, para besar nuestro dolor, para golpear nuestras alegrías; para, en definitiva, entregarse a nosotros con dulzura, haciéndonos pagar después un precio muy alto por sus atenciones. Una leyenda muy antigua, que encontré por casualidad en un viejo libro de la biblioteca, describía a Selene como una diosa hermosa, vestida con un velo blanco transparente, que escuchaba a los enamorados, atendiéndoles en sus peticiones por un tiempo, para después cobrarse la vida del amante por los servicios prestados, si este le gustaba, o la de ella si consideraba al hombre indigno de compartir su lecho, para conseguir así que sufriera por el simple hecho de no ser bien visto. Atraído por la crueldad de la leyenda, me pasé buena parte de la adolescencia mirando las noches de luna llena (que se supone que era cuando hacía su macabra elección) hacia el cielo, esperando ser el elegido la mayor parte de las veces, preso de la angustia propia de los tortuosos sentimientos adolescentes que, muy frecuentemente, me asaltaban, preso como era de un romanticismo que, a día de hoy, sigue acompañándome, tintado por los matices y los colores de las experiencias vividas.


Ahora que han pasado ya unas pocas décadas desde que todos aquellos pensamientos me ocuparan, miro hacia mis viejas creencias de “la fábrica de suenos rotos”, y me pregunto si aquella tortuosidad era fruto de mis vivencias o, tan solo, de mi difícil personalidad, de mi complejo mundo interior. Quizás el encontrarme ahora, más viejo, más cansado, mas vivido, con algunas similitudes me hace pensar que todo ello fuera producto de esto último, que nunca he sabido adaptarme a mis sentimientos, que he sido el rebelde sin causa en mi propio mundo interior, el disconforme, el incómodo inquilino de una habitación que no era tan inconfortable como quería creer.


Y ayer, solitaria y altiva, la luna se dio de nuevo cuenta de mi presencia. Poco a poco fue acariciándome con sus rayos, recorriendo mi cuerpo y recordando a aquel adolescente que pasaba tantos y tantos momentos, mirándola y amando en silencio; reconoció sin duda al viejo vate loco que otrora le dedicara sus mejores versos, sus mejores palabras, sus mejores lágrimas, más esta vez convertido en un hombre, en una versión envejecida de aquel joven, incapaz de articular palabra, recordando aquellos fugaces momentos que compartieron, instantes en los que él fue suyo y ella... del cielo. Supo reconocer en mi mirada la misma pena de otros tiempos. Compadeciéndose en una de las raras ocasiones en que lo hace; me dejó llorar en su hombro, me acaricio el rostro, y me dijo aquellas dolorosas palabras que reconfortan aunque sacuden el alma y te obligan a desesperar por el dolor y la rabia: “Sentirás que nada tiene valor, que todo te sobrepasa. No sabrás ver las injusticias que has cometido, mas sentirás las sufridas en carne propia, y las consecuencias de ambas. Serás de nuevo ese ser vulnerable al que perdonar la vida por compasión. Experimentarás tus pérdidas y las de todos aquellos a los que has hecho perder algo, sin que puedas hacer nada por evitarlo. Ahora, delante tuyo, solo quedan pasajes de dolor y lágrimas. Pero, si consigues salir del valle, entonces quizás puedas ser feliz. No olvides dentro a nadie, y descansarás. Perdona y serás perdonado, ama y serás amado; llora con otras lágrimas, no con las propias, para que tu alma encuentre descanso. Cuando hayas hecho todo eso, regresa a mí y sabré darte una muerte digna de un héroe.”


Supongo que aunque pase el tiempo, aunque nos modifique en algo la vida, la esencia permanece, como marca indeleble de lo que es en realidad tu alma. Los que hemos nacido para la tristeza, tenemos el simple cometido de servir de oscura referencia para todos aquellos nacidos para la alegría; no podemos soñar por ver el sol, por escaparnos de un papel que se nos ha dado en el gran teatro del mundo. Huir es imposible: las cadenas están dentro de nosotros, y romperlas solo nos puede conducir a la humillación, la soledad y la muerte.


Perdón por la tardanza en escribir algo, pero hay momentos en los que comprender ciertas cosas, puede ser pernicioso. Escribir para mí es encontrar el porqué de las cosas, y no siempre se tiene la fortaleza como para escuchar las verdades del alma.


miércoles, 27 de mayo de 2009

LA SENSIBILIDAD DEL ARTISTA

A lo largo de los tiempos, distintos hombres se han visto tocados por una gracia especial para llevar a cabo empresas que al resto de los mortales les resultaban, en lineas generales, difíciles o imposibles de realizar, lo que propiciaba que se desarrollase en la mayoría de los casos una variante de los comunes celos, que aderezada con una pizca de envidia y unas gotas de animadversión, hizo de aquellos diana de distintas burlas, carnes de presa fácil de las que se podía hacer con total inmunidad mofa, befa y escarnio (en el mejor de los casos), o les convertía en objeto de persecución, cacería y muerte. Miguel Servet, por ejemplo, desarrolló sus estudios como médico hasta un punto tal, que le hizo descubrir los misterios del torrente sanguíneo, lo que le valió la excomunión y la muerte en la hoguera por sus heréticas conclusiones. Galileo, tuvo que pasar por el tribunal de la Santa Inquisición para desdecirse de la absurda teoría de que la tierra giraba alrededor del sol, para concluir diciendo en voz baja eppur si muove (y sin embargo se mueve) y morir cansado y derrotado, habiendo tenido que abjurar de aquello que había estudiado durante años. Grandes ignominias se han cometido a lo largo de la historia contra grandes hombres que lo único que hicieron fue aplicar sus conocimientos y ayudar a la humanidad a subir otro peldaño hasta alcanzar lo que es hoy.


Todos esos hombres, que alcanzaron notables cotas de excelencia dentro de sus diferentes disciplinas, tuvieron en común algo, muy común en los humanos, pero que sólo unos pocos quieren escuchar, por lo doloroso que resulta hacerlo. Yo lo denomino eufemísticamente la sensibilidad del artista, y tiene la propiedad de manifestarse en todas las personas sin distinguir raza, ni religión, ni estrato social... todos lo llevamos dentro. Solo marca la diferencia la atención que queremos ponerle a sus palabras, que para unos parecen lejanos susurros, y para otros resultan gritos atronadores.


La necesidad de exorcizar fantasmas, suele ser la forma más común que tiene de manifestarse: comienza por una leve melancolía, que con el paso del tiempo, si no se satisfacen sus deseos termina trocándose en melancolía brutal, incompasiva y constante, que empieza a marcar tus actos, hasta sumirte en un estado depresivo total, que te convierte en un ser incapaz de desarrollar una vida normal, a menos que no abras la válvula de escape, y los dejes salir en forma de escrito, cuadro, coleccionismo, canción... tantas formas de expresar como cosmovisiones existen. Recuerdo que en una ocasión tuve la oportunidad de visitar el taller que un amigo había montado en su garaje. Me lo mostró como el que revela su santuario. Hasta ese momento, yo no comprendía por qué pasaba tanto tiempo allí, hasta que por fin lo vi: Los barcos y aviones de aeromidelismo, las maquetas que había hecho con sus propias manos, las tallas de madera finamente labradas... su sensibilidad de artista quedó al descubierto para mí: la firmeza de los surcos en unas obras, la desidia y la tristeza en otras... sin duda dejaba impresa en cada escultura su estado de ánimo.


Y esto solo es la parte positiva, por que, como todo en esta vida, cualquier expresión plástica tiene su parte negativa. Los que somos poseedores de esa sensibilidad somos seres taciturnos (aunque algunos lo disfracemos, para los temas que de verdad nos importan somos muy reservados), meditabundos y, si se me permite la expresión, tristes hasta en las alegrías. Es de una gran dificultad convivir con alguien como nosotros, ya que, aunque somos excelente compañía en los momentos malos, nos cuesta dejarnos llevar en los buenos. Inconformes con nuestro estado de ánimo, siempre buscamos con nuestras reflexiones una lectura diferente a la superficial, haciendo que al final una buena parte de la alegría se nos haya esfumado.


Por otra parte, nuestra cosmovisión se ve afectada en demasía por cualquier cosa que suceda en torno a nosotros, lo que deriva en una facilidad cuasi increíble para conseguir herirnos, con lo que, si esto es obviado por quien nos trata a diario, por acción u omisión, podemos vernos afectados por muchas cosas que, en sí, no deberían constituir problema alguno. Si a esto le unimos nuestro hermetismo, nuestro hierático comportamiento, y nuestro cuasi-sempiterno estado de angustia, el resultado es un ser tan fácil de contentar como de herir, con un halo de tristeza que, en el mayor número de casos, no es tal.


Supongo que este es el precio que tenemos que pagar por ser capaces de expresar nuestros sentimientos de una manera diferente a los demás. No sé si se debe agradecer el regalo o maldecirlo; pero de lo que sí estoy seguro es de que tenemos que aprender a convivir con él, resistiendo la tristeza, que en la mayor parte de los casos, es una fuente inagotable de imaginación. Es paradójico que, cuanto peor estemos, más fácilmente creamos. Estigma cainita, que nos acompañará mientras vivamos, invisible para los demás, indeleble para nosotros.

martes, 5 de mayo de 2009

HOY


Hoy, he estado reflexionando durante una buena parte de la madrugada, y otra de la mañana. He pensado mucho acerca de mí, de todo lo que me ha sucedido últimamente, y he llegado a la conclusión de que han sido demasiados los golpes que he aguantado, que no creo que me merezca tantos, aunque haya habido algunos que si que hayan sido merecidos.

Hoy, he tenido por fin el valor para mirar en mi interior, y lo que he visto me ha hecho llorar, recordando quien era, recordando quien me gustaría ser, y comparándolo con la caricatura en la que se ha convertido mi corazón. Todos aquellos que han hecho todo lo que han hecho en el nombre del amor que decían sentir por mí, han dejado agonizante al niño que llevo dentro, que yace en el suelo, con los ojos mirando hacia el horizonte, mientras preguntan "¿por qué?", mientras la lágrimas (las mismas que ahora ruedan por mis mejillas), le recuerdan a través del dolor, que por lo menos aún sigue vivo, manteniendo así la esperanza de poder volver a caminar algún día.

Hoy, mientras realizo ese viaje hacia ninguna parte, escuchando marchitarse las flores que hay a ambos lados del camino, justo a la altura del último pájaro que, agonizante, cayó hace unos segundos del cielo, veo ante mí esa tierra ahita de podedumbre y cieno en que han convertido mi alma aquellos a los que más amé, todos los que en el nombre del amor han tratado de reconducirme hacia lo que para ellos es el buen camino, atando para ello a mi cuerpo cinchas repletas de espinas, que se han clavado en mi carne, desgarrándola sin compasión; pero, eso sí, todo en el bendito y sagrado nombre del amor terreno y filial, que sin duda ha motivado sus actos.

Hoy, que el rencor ha sido desterrado de mi yermo páramo, que ninguno de mis sentimientos se ve ya movido por el odio ni la animadversión, por fin he encontrado el valor para volver a llorar, mientras maldigo a todos aquellos a los que más amé, a todos los que me recibieron en su dulce regazo, hoy lleno de afiladas puntas; a todos los que me han dejado inservible para el amor, para los sentimientos agradables. A todos los que pasaron junto a ese niño agonizante que hay tendido en el camino, y pretendieron levantarlo a fuerza de puntapies. Gracias a todos ellos, por haber convertido mi alma en el mayor cementerio de sentimientos que jamás haya conocido.

Hoy, ahora que acuno a mi niña entre los brazos, veo como un pequeño viento de vida entra en el yermo páramo, mientras me pregunto: "¿cuanto tardara en ser asesinado en nombre del amor?". Quizás no muera, no hay porqué. Mientras comienza a respirar de nuevo el pájaro exangüe, y el sol comienza a tejer un dorado nido en el cielo, el légamo comienza a secarse. ¿Quién sabe si no será la base para una nueva cosecha?. Una oración irá por ello.

jueves, 9 de abril de 2009

Confidencias


Llevo algún tiempo (no demasiado, lo confieso) mirando con recelo el teclado, con el mismo respeto que el torero que toma la alternativa observa a su primer toro,con ansia pero con miedo; y es que hay momentos en que se hace muy difícil escribir: las circunstancias personales no lo permiten.


Recuerdo que una de mis adolescentes lecturas predilectas eran los artículos de costumbres de Mariano José De Larra, un febril escritor romántico que terminó suicidándose con tan solo veintiocho años de edad. Afrancesado, culto, con acerado tino para observar, analizar y dar con la clave, en sus escritos retrató quizás de un modo esperpéntico (aunque no por ello menos cierto) la sociedad española de su momento, que en poco difería de las sociedades hispanas del pasado y que, a su vez, se asemejaban enórmemente a cualquier futuro momento histórico vivido en nuestro país, por mucho que nos empeñemos en querer pensar que los tiempos cambian, lo que no dejaría de ser cierto si no fuera porque las tipologías humanas que se dan en cualquier sociedad mantienen unos rasgos diferenciales que se mantienen inalterados. Recordaba pues a Larra no por el magnífico fresco hispano que construyó con sus palabras, si no por una de sus más famosas frases, y que daba título a uno de sus no menos célebres artículos: “Escribir en Madrid es llorar”.


En el arriba mencionado escrito, el escritor razonaba acerca del escaso eco que producían las palabras escritas sobre la situación existente, de lo desesperante que resultaba proclamar a voz en grito algo que todos oían, pero que nadie escuchaba. Intencionadamente, el autor nos dejaba entrever la eterna lucha que sostienen los creadores consigo mismos, con sus coetaneos y con el cotidiano mundo que les rodea: demasiados enemigos para aspirar siquiera a salir airosos, en una batalla en la que con seguridad se puede afirmar que no solo no hay vencedores, si no que además únicamente hay un vencido, que resulta no ser otro que uno mismo. ¿Que hay más frustrante en esta vida que el gritar algo a voz en grito mientras se es ignorado por todo el que nos rodea?. Cassandra, la vidente que aparece en “La Iliada”, es dotada por los dioses con el don de la clarividencia, y castigada por los mismos con no ser jamás creída, aunque todas sus predicciones fueran acertadas, lo que la lleva a sufrir un permanente estado de ansiedad en el que se vió inmersa hasta su regreso con Agamenón a su patria tras participar en la guerra de Troya, y donde ambos, envueltos entre redes por la conjura de la mujer de este y de su amante, encontraron ambos una muerte predicha con anterioridad por la pitonisa pero, como todas sus predicciones, jamás creída.


Este fin trágico y anunciado, se repite una y otra vez en las vidas de cualquier escritor (escribidores incluídos, grupúsculo ingente, donde yo siempre me englobo). Todos los que, con mayor o menor acierto, decidimos alguna vez enfrentarnos a un folio en blanco, sentimos que al exorcizar fantasmas cotidianos a golpe de pluma, estamos firmando nuestra pequeña sentencia de muerte; vamos como Aquiles, al encuentro de Héctor, sabiéndonos poseedores de la victoria momentánea, para caer después abatidos por una inmisericorde flecha que atraviesa nuestro punto débil de parte a parte, sin darnos oportunidad de réplica. Por mucho que queramos enfrentarnos al mundo que nos rodea, revestidos de brillante loriga, logramos una efímera victoria, para volver a caer fulminados por un inmisericorde mundo, que nos acusa de ser borrachos, melancólicos,guitarristas lunáticos, poetas y pobres hombres en sueños, siempre buscando a Dios entre la niebla.


Desgrano sentimientos, para exponerlos al voluble arbitrio de quién quiera verlos, dejando a un lado la ropa que me reviste el alma, con impúdico gesto, para que todos contemplen la grotesca desnudez de mi interior, mientras la sangre sigue brotando de mis heridas, para que quien lo tenga a menester pueda añadir de cuando en cuando un puñado de sal, que me recuerde cuanto duele la vida; que me haga sentir que, pese a ellas, sigo vivo y dispuesto para reverdecer el corazón en cada primavera.